Los políticos y los sueldos
La cuestión no está tanto en la cantidad como en el orden de prioridades que establecen al mejorar sus emolumentos a la primera ocasión que tienen
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Nadie en su sano juicio quiere a representantes mal pagados. Ningún ciudadano que se pare a pensarlo unos segundos quiere a dirigentes que ganen menos que él. Nadie desea que sean vulnerables a la corrupción, a la oferta de la empresa privada. Bien al contrario, ... la experiencia de otras democracias con mayor trayectoria dice que resulta conveniente contar con salarios competitivos para poder atraer a elementos válidos de la llamada «sociedad civil» hacia la función pública.
Hasta ahí, una mayoría de votantes y contribuyentes puede estar de acuerdo pero después llegan las formas, los tiempos y los modos. Las últimas semanas, las pocas que han transcurrido desde las elecciones municipales del pasado 26 de mayo, han estado salpicadas de noticias sobre incrementos de los emolumentos en distintos ayuntamientos, en distintas diputaciones. Una vez establecido que mejorar y actualizar las compensaciones económicas a nuestros representantes no parece mala idea, aparecen los complementos circunstanciales.
Por ejemplo, los de tiempo. Con ser conveniente y necesario, resulta difícil defender ante la población que seala primera necesidad a cubrir, a toda prisa, como si fuera la más urgente de las prioridades entre tantas que afectan a un vecindario necesitado de muchas medidas compensatorias y regulatorias. En segundo término, parecen discutibles las proporciones. Que unos jefes de áreas, portavoces o ediles mejoren sus retribuciones puede ser positivo pero que esa subida suponga multiplicaciones a las que no pueden aspirar los asalariados, los autónomos o el común de los mortales ya resulta más chocante. Al cabo, se trata de las formas, de los grados y de los detalles. Tan importantes.