La política y la estupidez
A estas alturas resulta difícil entender cómo aún hay quien le compra el discurso a Podemos
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Esta semana, viendo una entrevista en una tele local a un dirigente de Podemos, pude constatar –con la distancia que da el hecho de disfrutar de unos días de asueto alejado de la redacción– cuán erróneo resulta el discurso de un partido absolutamente anclado en ... el pasado. El dirigente en cuestión no era de Cádiz, pero repetía como un mantra exactamente las mismas frases, recurría a los mismos lugares comunes y los mismos tópicos con los que nos ‘ilustran’ nuestros dirigentes locales. El entrevistador trataba de conocer propuestas concretas, planes de futuro, pero no hubo manera. En parte por su falta de incisión, en parte por lo débil del discurso del entrevistado. Si le preguntaba por la sanidad, decía que había que acordarse de los que lo están pasando mal: «No se les puede abandonar». Si la cuestión abordaba el empleo, su respuesta se limitaba a recordar a los parados de larga duración: «Deben ser una prioridad». Si el tema era la economía, recurría a hablar de «sostenibilidad», sonreía, y esperaba la siguiente pregunta. Todo, por supuesto, aderezado con la gran frase, con su eslogan favorito: «Hay que situar a la gente en el centro de la política». Y mientras la entrevista discurría por estos caminos sin llegar a ninguna parte, a mi cabeza me venían varias reflexiones. La primera, ¿por qué el periodista no le pregunta «cómo se hace todo eso»? ¿Por qué le deja escapar ‘vivo’? ¿Por qué en lugar de sonreir y leer la siguiente pregunta no le insiste en que se deje de diagnósticos y ofrezca un tratamiento? Esas eran las preguntas que me suscitaba mi yo periodista. Mi yo ciudadano iba por otros caminos. ¿En qué momento estos nuevos políticos de Podemos decidieron que ellos son los únicos autorizados a hablar de políticas sociales para los más desfavorecidos? ¿Por qué están tan convencidos de que sólo sus políticas nos llevarán a todos a un sistema en el que no habrá desigualdades? ¿Por qué están tan seguros de que serán realmente efectivas si la historia ha repetido una y otra vez que no es así? ¿Quién les ha dado el carné de moralistas en posesión de la verdad? ¿Cuál es el motivo por el que tanta gente les compra el discurso si no tienen absolutamente ninguna propuesta concreta o al menos realista? ¿Qué hemos hecho los españoles como sociedad para ponernos en manos de estos neopolíticos al punto de condicionar el Gobierno de nuestro país? ¿Cómo no nos damos cuenta de que muchos de nuestros problemas actuales han sido provocados por ellos, por su resentimiento, su doble rasero, sus ansias de ‘ajusticiar’ a todo el que no piensa como ellos? Como decía el maestro Perez Reverte también en una reciente entrevista, antes nos mandaban los ricos, luego los resentidos y ahora los estúpidos, que no son nada, pero son muchos. Y ciertamente, en la política actual estamos rodeados de dirigentes de partidos –de todos los signos– que sólo dicen estupideces. Y en ese fangal todo el mundo rasca los votos suficientes para que estemos como estamos: sin gobierno y todo el día escuchando tonterías.