Podría ser peor
«Siempre me he preguntado a dónde irán las maquetas olvidadas, en qué cementerio de maquetas reposarán para siempre»
Siempre me he preguntado a dónde irán las maquetas olvidadas, en qué cementerio de maquetas reposarán para siempre. Mi natural fantasioso las imagina tristes, quejosas y un poco abochornadas, haciendo burlas y riéndose de las últimas que llegan a la morgue maquetera, e intentando apuntalar ... y recomponer a las más veteranas –algunas ya con más trienios de los que alcanzo a recordar. Una ciudad de cartón piedra de la que ya no se acuerda nadie, hecha de proyectos de los que tampoco se acuerda nadie, que un día llenaron las páginas de los periódicos y los programas electorales y que se transformaron, tal vez sin darse cuenta, en las ciudades muertas del Ibertren, o en aquella gigantesca maqueta del no mundo en la que vivía Beetlejuice y desde la que venía a juzgar a vivos y muertos. Un reino sin fin.
En ese no mundo cobrarán vida la desmemoriada maqueta del segundo puente junto con el auditorio del castillo de San Sebastián que llevará arrastrando, como una pesada condena, a las mojarritas en una pecera oceanográfica -¿quién se acuerda de aquella avanzada acristalada por la que iba a llegar la lluvia de millones bicentenarios?-; allí estarán también la maqueta del Teatro del Parque, cuando se llamaba José María Pemán, que en enero de 2012 mostraba orgullosa su escenario y graderío construido por la empresa Gyocivil en menos de tres meses –puede reírse- y la del hotel, o restaurante, o lo que sea, de Puerto América con sus columpios y sus toboganes para niños que nunca llegaron a crecer. Lucirán también allí las remodeladas plazas de Sevilla –muchas, y todas distintas- y el nuevo hospital en pleno funcionamiento. La vida en las maquetas es siempre más fácil. Y más bonita. En el mundo de las maquetas la avenida de Astilleros tiene cuatro carriles y un aparcamiento subterráneo, hay viviendas en el mar, como en Malibú; el descampado del Portillo es un Palacio de los Deportes, el balneario de la Palma es un gran restaurante y desde el graderío de Santa María del Mar se ve a los muñequitos haciendo surf. Hay un museo de arte contemporáneo –era contemporáneo cuando hicieron la maqueta- en el antiguo instituto del Rosario y un gran centro educativo en Náuticas, muy cerquita del jardín botánico.
Al cementerio de las maquetas olvidadas acaba de llega, ya lo sabe usted, la de la Facultad de Ciencias de la Educación con sus cuarenta aulas, sus dos salones de grado, sus nueve laboratorios; con su biblioteca, sus talleres de dramatización y hasta con sus 3.130 estudiantes de mentira. Con sus dos calles interiores y con la integración del barrio de la Viña. ¡Ea! ahí te quedas, maqueta, que el polvo que acumules te sea leve.
Los gaditanos estamos tan acostumbrados a vivir en esa esquizofrénica dualidad –virtual y real- que todo nos parece bien, incluso me atrevería a decir que nos parece mucho mejor el mundo a escala de las maquetas que el mundo nuestro de cada día, ese en el que hay que levantarse y trabajar y darle de comer a los niños y todo ese rollo. Mucho más interesante, dónde va a parar, es convocar a los medios para hacer un balance de los primeros cien días de gobierno municipal –sabiendo que llevan gobernando más de cuatro años- y volver a contar la de proyectos y estudios e informes que se están haciendo o encargando o imaginando y que ni se han materializado ni –de momento- se van a materializar. Según nuestro alcalde, «Cádiz es una ciudad cargada de futuro» –nuestro alcalde es tan poeta que yo le perdono todo- y añadía, «el futuro no es algo abstracto; en este caso el Equipo de Gobierno lo pelea y lo construye día a día desde el inconformismo». Un discurso hueco pero emocionante; solo le faltó, eso sí, sacar en ese momento una maqueta al estilo de Onésimo Sánchez, el de García Márquez, y gritar «Así seremos, señoras y señores» mientras, como escribía el Nobel «sus ayudantes echaban al aire puñados de pajaritos de papel y los falsos animales cobraban vida y otros sacaban de los furgones unos árboles de teatro con hojas de fieltro».
Qué le voy a hacer. Mi natural fantasioso me lleva siempre por el terreno de la literatura y no puedo evitarlo. A veces, incluso, me lleva por el terreno del humor más zafio y me acuerdo del chiste que contaba aquello de virtual y real. Virtualmente, tenemos un mundo de maquetas de cartón o de papeles y, en realidad, tenemos lo que tenemos.
Claro que no hay situación que no pueda empeorar, quién lo pone en duda. Según la organización Cimate Central tenemos los días contados. Y como de aquí al 2050 el mar se encargará de hacer desaparecer La Laguna, Zona Franca, Loreto, Puntales, el barrio de Astilleros, Santa Bárbara –mírelo por la parte buena, no hace falta ya construir el teatro del parque-, la Alameda y el Campo del Sur, ya no es necesario hacer planes a medio plazo. Ni a medio plazo, y si me apuran, ni a corto plazo, porque teniendo en cuenta la duración media de los proyectos en esta ciudad, cuando menos lo esperemos estaremos todos bajo agua.
No desespere. Podría ser peor. Incluso podría llover.
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