Opinión

Pobre Constitución

Este año no siento la misma alegría al conmemorar nuestra Constitución

ENRIQUE GARCÍA AGULLÓ

Este año no siento la misma alegría al conmemorar nuestra Constitución porque, desconsiderada por tantos, la veo «discutida y discutible», pesando más en mi sentir el desánimo que otra cosa. Malos tiempos se pueden augurar para nuestra pobre Constitución que, a esta edad ya de ... 41 años de vida, se encuentra a punto de ser despedida y arrinconada si todas las cosas le salen al presidente en funciones como pretende, porque me da que, tanto él como sus socios, quieren ponerle ya fecha de caducidad.

Es una pena porque siempre me ha gustado defender que una buena Constitución democrática, teniendo en cuenta que sólo una buena Constitución puede ser buena si es democrática, es aquélla que sirve para que los ciudadanos tengamos clara nuestra defensa frente al aparato fagocitario al que tiende el siempre poder del Estado. Una buena Constitución es aquélla que mejor define los derechos del individuo frente a las competencias del Estado.

Pero, la verdad, todo lo que está pasando ahora en esta España nuestra postelectoral, tiende más sombra sobre esta Constitución, ahora discutida y discutible, porque los del gobierno en funciones, jaleados por sus socios preferentes y por sus socios coyunturales, no esconden sus muestras de finiquitar el sistema que, en 1978.

El vicepresidente «in pectore» anuncia un referendo entre la población universitaria para que resuelva ella si España debe seguir siendo una monarquía parlamentaria o una república. El presidente en funciones, animado por su socio catalán del PSC, no oculta el afirmar que ya no seremos una nación sino que vamos a convertirnos en «una nación de naciones», alejándonos del principio constitucional de «la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles», que reconoce y garantiza «el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas». No, esto no vale ya al haberle salido las elecciones como le han salido y derraman sobre la sociedad una legítima duda de que algo le quieren hacer a nuestra Constitución, algo que los amantes de las libertades deberemos vigilar.

Con José Pedro Pérez-Llorca, ponente de nuestra Constitución, político fino, jurista excepcional y gaditano culto y sagaz, con su esposa Carmen, con la mía, Ángeles y, naturalmente, yo mismo, hemos podido hablar de muchas cosas todos estos pasados tiempos tan inmediatos en el restaurante de Pelayo, costumbre que, por fortuna, aún podemos seguir manteniendo con Carmen. Pero le echo mucho de menos y pienso qué grado de tristeza le embargaría ante tamaños desatinos con lo que se nos está deparando.

Todos estos nubarrones que se ciernen sobre el claro espíritu constitucional, se ven ahora más grises y oscuros cuando las únicas nuevas que nos traen periódicos, emisoras de radio y cadenas de televisión son las que por ahí anda este Sánchez pactando con unos y con otros, no sé si con algunos que aún quieran seguir siendo españoles pero sí con otros que no les importa eso de ser españoles y con los que abiertamente dicen que no quieren ser españoles. Y, aún más, con los de la derecha vasca, tan pegada a las sotanas de su tierra que, para no ser menos que otros, también van ahora por su «derecho a decidir».

Gusta a muchos españoles recordar a un Rey que igual le daba defender la Constitución que lanzar al pueblo las cadenas. El rey felón, le llamaron y no hay mejor ejemplo que el que vivieron los gaditanos al encontrarse con su Decreto dictado en Cádiz el 30 de septiembre de 1823. Si en Cádiz abogaba por los valores doceañistas que «procurasen la felicidad completa de la Nación, afianzara la seguridad personal, la propiedad y la libertad civil de los españoles», al día siguiente, sin cortarse un pelo, denostaba tan “tiránica Constitución.”.

¿Se mereció España un Rey felón? ¿Nos merecemos un presidente así?

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