OPINIÓN
Las playas y los cadáveres
Necesitamos el golpe seco de la muerte de cuatro personas para volver a ver a los que cruzan el mar
Para los que aún dudan de la estremecedora fragilidad, de la aterradora vulnerabilidad, de los que tratan de cruzar el Estrecho para encontrar otra vida basta la desgracia de ayer. Una patera choca con unas rocas con la fuerza de unas olas comunes en un ... día normal que impulsa un Poniente de fuerza media y se acabó. Hasta ahora, cuatro muertos, pero son muchos más los desaparecidos. No se sabe los que habrán podido alcanzar tierra. Así de frágiles. Así de vulnerables. Nunca deja de impresionar. La imagen de los que cruzan el mar sobre un flotador, sobre cualquier juguete, encima de cuatro maderas unidas con tres clavos... La lucha por la vida enfrentada a la capacidad de matar del mar, los que huyen del hambre, la guerra o la desesperanza sin nada que perder. Los habitantes de la provincia están familiarizados con el fenómeno de la inmigración pero hay dolor para el que resulta imposible prepararse. La imagen mental de cuatro personas ahogadas es demasiado cruel hasta para el más indiferente. Ninguno de nosotros está listo para ese impacto por más entrenamiento que tengamos porque muestra la dramática lucha de miles de personas por escapar de la miseria o la violencia a través de las olas. El ‘Aquarius’ que llegó a Algeciras sólo era una gota en todos los océanos del fenómeno social y global: el mundo pobre huye hacia el rico.
Nos toca ver a las víctimas de cerca porque vivimos en una de muchas las trincheras que hay en el mundo, como la frontera mexicana, Lampedusa, los límites terrestres o marítimos entre Grecia y Turquía... Escenarios de una guerra mundial y social, humana, despiadada e interminable. El fenómeno se ha generalizado y la alarma se ha quedado encendida durante semanas, meses. En realidad, nunca cesa. Suena tantas veces que ya no la escuchamos, ya nos hemos acostumbrado. Debe añadirse el golpe seco de la muerte de cuatro personas (más) para que volvamos a mirar.
Después de unos años en los que las costas orientales del Mediterráneo atrajeron todas las miradas y todos los espantos, los expertos avisaban de que la vía del Estrecho volvería a resugir, que sería en 2018, el año más complicado que se recuerda. Ya es decir. Así ha sido. Cuesta creer que parará y, si lo hace, será lo que dure el invierno. No queda más que salvar vidas mientras gobiernos y diplomacia tratan de buscar solución definitiva a esta lacra: paz y progreso en los lugares de origen de los que mueren. Demasiado difícil. Demasiado lento.