Ramón Pérez Montero - Opinión

Plagas

Existe una teoría evolutiva, llamada del equilibrio puntuado, que establece que en las especies se producen fenómenos de evolución súbita entre largos periodos sin cambios

Ramón Pérez Montero

Ahora, cada vez que salgo a correr al campo, fijo mi atención en las chumberas. De alguna forma contagia mi ánimo su estado moribundo. Forman parte de mi paisaje íntimo y no me resigno a la idea de su desaparición definitiva. Por eso sigo con interés su lucha por la supervivencia. La tuna americana es una planta poderosa. Una planta de suelos pobres que sabe extraer el agua de la tierra y hacer de ella un tesoro que almacena en abundancia en sus palas erizadas de espinas. Ahora lucha por sobreponerse a esa plaga de la cochinilla que las está arrasando. Observo sus nuevos brotes como una promesa de triunfo, pero también con la decepción de ver cómo el parásito rápidamente coloniza las palas recién nacidas.

Al no ser una planta productiva, todo el mundo parece resignado con su mala suerte. Nadie mueve un dedo por ellas. Podemos continuar viviendo sin ellas sin la menor preocupación. Pero habría que prestar cierta atención a lo que les está pasando porque podrían estar avisándonos de algo y su mensaje no debería ser desoído tan alegremente. Deberíamos preguntarnos por la razón de la virulencia del presente ataque del que ha sido desde siempre su parásito natural. Durante milenios se ha mantenido un equilibrio natural que permitía la existencia el parásito sin que este acabara con existencia de su huésped. ¿Qué ha roto ese equilibrio? Esta es la pregunta. Existe una teoría evolutiva, llamada del equilibrio puntuado, que establece que en las especies se producen fenómenos de evolución súbita entre largos periodos sin cambios. Quizás pudiéramos estar asistiendo a uno de esos saltos evolutivos anunciados por Gay Gould. En este sentido, hace tan sólo unos años un equipo de investigación encontró un caso de pandemia similar en las plantas del tabaco en EEUU. Como el tabaco sí que es productivo económicamente, se acentuó el esfuerzo investigador. Descubrieron que las ‘moscas blancas’ habían sido contagiadas por una bacteria que las incitaba a poner más huevos y, por ende, a producir una mayor descendencia, para mayor alegría reproductiva de las propias bacterias. Un mecanismo similar al del virus de la rabia que incita a morder al perro contagiado para propagar así la infección.

Los investigadores explicaron que la bacteria podría estar desactivando las defensas de la planta para permitir que los insectos se alimentaran con mayor facilidad. Las plantas de tabaco infectadas producían más descendencia y sus pulgones ponían mayor cantidad de huevos y, de esa forma, la plaga crecía exponencialmente. A las tunas les podría estar ocurriendo algo parecido. Bastaría con comprobar si la cochinilla se está beneficiando de algún tipo de infección bacteriana. Pero la tuna es una planta pobre y podemos prescindir de ella y de sus frutos de temporada.

Si tal fuera el caso, habría que preguntarse entonces por la razón del éxito de dicha infección. No por nada, no fuera a ser que el aumento de la temperatura estuviera alentando esta expansión bacteriana. Ahora son las tunas, pero qué ocurriría si una plaga similar afectara a los olivos o a nosotros mismos. Si los hombres somos capaces, voluntaria o involuntariamente, de trastornar los mecanismos evolutivos y romper los equilibrios naturales, bien que haríamos en estar prevenidos frente a las mortales consecuencias de nuestras desastrosas actuaciones. Aunque una vez hemos desatado esta dinámica, la lucha contra los elementos más poderosos de la vida en el planeta, los microorganismos, es una batalla que tenemos perdida de antemano.

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