OPINIÓN

Piensa para ti

JOSÉ LANDI

Esto de ir contra los tiempos es una estupidez mayor. Ya no hay tiempo de aburrirse porque inmeditamente se abre un agujero negro en la palma de la mano y te traga. Ya no hay pausa, cualquier rato hay que matarlo y cualquier espera de segundos es insufrible. Tampoco hay espacio para la discreción. Los sentimientos, las ideas, las miserias... Todo hay que hacerlo visible. Hay que convertirlo en símbolo, lazo, eslógan o teatrillo. No basta con sufrirlo, gozarlo, arrastrarlo. Tiene que verse.

Nos cagamos en la ley de Schrödinger –da igual cómo pronunciarlo porque basta con copiarlo, en mi caso, y confío en que usted no lea en voz alta–. Recordemos sin que muera ningún gato como en el experimento original. Hagamos honor a estos tiempos, nos quedamos con una frase sin leer el texto: esa teoría dice que todo hecho, ser u objeto queda modificado sólo por ser observado. Ya no es el mismo, cambia. Aplicado a toda exhibición de amor, de odio, asco, rechazo, desconfianza y desapego, de adhesión, solidaridad o dolor resulta que al colgarse, deja de ser lo que el remitente pretendía. Al mostrarla, queda transformada. Todos lo sabemos porque somos a la vez emisores y receptores, a todas horas opinamos y mostramos, como si alguien lo esperase. Sentimos por encargo, pensamos para los demás, para subirlo y soltarlo, en diferido, y al colocarlo en el cristal del microscopio de un millón de ojos, se convierte en otra cosa. Es el conocido ‘síndrome de mieste/a’ por la expresión que tenemos en la cabeza al ver la foto, frase, declaración o actuación.

Si es la muerte de una celebridad hay que sentirlo más que nadie, y mostrarlo. O burlarse pero que se vea mucho. Hasta los espías se pavonean de serlo. El personal retransmite sus broncas de pareja por la calle, hablándole como al filo de una diminuta bandeja que llevara mientras camina. Los dependientes hablan de sus turnos mientras esperas que te vean.

Los partidos mandan cartas con el destino de las donaciones de un alcalde y un candidato a relevarle se arranca por Manolo Escobar cada vez que tiene ocasión. Un buen gesto y un sentimiento, respectivamente, según sus autores que se transforman cuando les da la luz. Como las banderas balconeras y los lazos, los pescaditos, igual que cambia la letra de la canción más triste que pusimos junto al lamento. Hay que maquillar el sufrimiento, que salga bien bonito. A ver si la gente va a pensar que no sufrimos como los demás, que no soy capaz de colorear lágrimas sin salirme. Que cada uno (es decir, nadie) sepa que soy capillita, o indepe, ateo, pro pena de muerte o taurino.

Que todos vean cómo lo sentimos todo, qué bien padecemos en el escaparate nuestro de cada día. Corren tiempos de muestras: el mundo es una inmensa y hedionda perfumería. Mi muestra de pesar, mi muestra de incomprensión. Muéstranos el camino, señor. El de salida.

Piensa para ti

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