La Petróleo, los González y las musas

Hablar de Kichi y Fran, cuando La Petróleo puede ser protagonista, es poco menos que imposible

Andrés G. Latorre

Un niño jugando con su pelota es la perfección de la felicidad. Esfericidad y juventud, un diámetro inversamente proporcional al número de tristezas pasadas. De pronto, llega un flamante camión de bomberos y el niño duda, pero lo agarra sin soltar la bola. Se le escapa. Trata de asirla y vuelve corriendo sin saber cómo jugar con los dos. Todo este rollo es para decir que yo tenía para esta semana un artículo de opinión de esos que parecen escritos por alguien tocado por las musas, sonreído por la inspiración, nimbado por las hadas. Mi preciosa columna, entre la sátira y el análisis, versaba sobre Kichi y Fran e iba a ser bautizada como ‘González y González, la izquierda contra los males’. Pero llegó el encuentro con La Petróleo que se narra en la edición de hoy del periódico y se encendió un hornillo de dedos que creía apagado sobre el teclado y, como el hombre condenado a escoger entre dos amores, elegí bailar con la más guapa.

Y mira que la comparación entre los González, como un Caín y un Abel que se van cambiando los papeles y las cartas en función de la semana, me pareció de un ingenio bárbaro pero, claro, la Petróleo me había invitado a su casa y me hipnotizó con su discurso sin concesiones a la tristeza, con la mirada de quien para ser rosa tuvo que convertirse en roble. Así que la anáfora de un Kichi don Quijote y un Fran Sancho Panza con unos molinos que, ¡mire vuesa merced!, eran corbetas, sufrió el más inmisericorde de los tachones.

'La Petro' supera las presentaciones porque ella es, en sí misma, embajada de un Cádiz libérrimo, donde se podía decir respeto y mariquita, donde las etiquetas de género eran fantasmas que perdieron su sábana antes siquiera de que los tontos twitter hubieran salido de la cuna. Así que me rendí y le di su huequecito a quien cambia de sexo en el lenguaje con presteza de tahúr o de poeta, a quien hizo de su piso en La Viña un pequeño Chueca donde mandan por igual la Virgen y Concha Piquer y a quien el qué dirán le importa lo mismo que la cotización del Brent. Y condené a remar en la galera de la papelera mi primera columna, ésa en la que, como Romeo y Julieto, González y González terminaban envenenándose de amor mientras un solitario Martín Mercucio gritaba lo de «malditas sean vuestras dos familias».

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