Antonio Ares Camerino

Pescadores de palabras

Si fuéramos capaces de aprendernos cada día de nuestra vida tres o cuatro palabras nuevas, al final de nuestros días habríamos conseguido retener las más de noventa mil acepciones

Antonio Ares Camerino

Lo mismo podría haber sucedido en una aldea del Altiplano de Perú que en un asentamiento de la Península de Indochina. Igual hubiese dado que surgiera en la favela Roshina que en un poblado del desierto del Kalahari. Pero el destino quiso que fuera en la vieja Europa, y de toda ella, en la región donde radica una de las culturas más antiguas y que más ha influido en la humanidad.

La historia es bien sencilla. Una maestra de escuela primaria, de nombre Margarita, de una pequeña localidad del centro de Italia, provincia de Ferrara, propone a sus alumnos que relacionen adjetivos calificativos, ese no sustantivo que es capaz de dar calidad y cualidad a todo lo que toca. Matteo, un alumno de ocho años, escribe una palabra que sorprende a propios y extraños, ‘Petaloso’. El pequeño discente intenta explicar que esa palabra está diseñada para definir una flor que está llena de pétalos. Cuando la profesora, con nombre de flor, corrige el examen añade un círculo rojo para remarcar el error. Esa palabra no existe, no está reconocida por la Academia de la Crusca, la Institución que vigila y vela por el uso de la lengua italiana. Recapacita y toma cartas en el asunto. La palabra es hermosa y clara, sin artificios ni pergeñerias de artificios. La Academia Italiana reconoce mediante escrito el desparpajo del pequeño y propone incluir la palabra en el diccionario.

Si fuéramos capaces de aprendernos cada día de nuestra vida tres o cuatro palabras nuevas, al final de nuestros días habríamos conseguido retener las más de noventa mil acepciones recogidas en la última revisión del diccionario de la Real Academia de la Lengua.

La lengua es algo vivo y vibrante, modificable y cambiante, sujeta a las vicisitudes de los tiempos. El castellano es un idioma rico, que bebe de las fuentes de una de las lenguas clásicas, con la influencia exótica de la lengua de los Omeya y de la dinastía Nazarí, y de las exquisiteces lingüísticas con vientos trasatlánticos.

Las palabras son la mínima unidad de significado. Su formación incluye un conjunto de procedimientos morfológicos que permiten la creación de unas palabras a partir de morfemas. Desde su nacimiento en San Millán de la Cogolla, el castellano ha sufrido alteraciones constantemente. Palabras que han caído en desuso, otras que han cambiado de significado y, las más, las que se han incorporado para enriquecer esta lengua que sirve de medio de comunicación a cientos de millones de personas. La sociedad y sus vicisitudes son las que condicionan el lenguaje. Las necesidades de comunicación son las que nos hacen crear y desechar palabras. Para los más puristas los neologismos empobrecen el castellano, según los más liberales, sólo vienen a enriquecer a la lengua de Cervantes, de Quevedo o de Lope de Vega. Las palabras más usadas en nuestro idioma provienen del latín, al ser el español una lengua romance a esa palabras se las llaman patrimoniales. A ellas se han ido incorporando palabras de diferentes procedencias (arabismos, germanismos, anglisismos), a éstas se las conoce como préstamos.

Pescar palabras puede ser una buena afición. Sólo hace falta tener una caña con deseo de comunicar, un sedal que sirva de unión cultural y no de límite. Y un señuelo que distraiga a los ortodoxos del lenguaje.

Artículo solo para registrados

Lee gratis el contenido completo

Regístrate

Ver comentarios