Ernesto Pérez Vera
A pesar del gobierno
Por cosa de la pandemia, los vigilantes de seguridad empezaran a caerte bien, dejándolos de mirar ya por encima del hombro, solo porque a tu madre uno de estos le proporcionó unos guantes profilácticos al acceder al supermercado
Vaya china nos ha tocado esta primavera. Menudo nuevo modo de vida nos está tocando vivir. Quién nos lo hubiera dicho en enero, ¡el Día de los Reyes Magos! ¡No veas qué regalito! ¿Pero y si toda esta desgracia que el Covid-19 está sembrando ... en nuestras ciudades nos ayuda, una vez que los humanos ganemos la batalla biológica, a estimar más, pero sobre todo mejor, el estado del bienestar del que disfrutamos en España desde hace décadas, aunque hace un mes rajáramos de él? ¿Y si tanta penuria terminara haciéndonos hasta valorar positivamente incluso los peores y más odiosos aspectos de nuestros desempeños laborales diarios? Imagina que podrías acabar adorando a los profesionales del sector sanitario, a los de las batas blancas, pese a que infinidad de veces te han citado a una hora en su consulta haciéndote esperar infinitos cuartos de hora, ganándose así tu desafecto público en las redes sociales, en los mentideros de barrio y en las tertulias cafeteras.
Ponte por un momento hasta en que, por cosa de la pandemia, los vigilantes de seguridad empezaran a caerte bien, dejándolos de mirar ya por encima del hombro, solo porque a tu madre uno de estos le proporcionó unos guantes profilácticos al acceder al supermercado. Suponte tú que, por mor de todas estas novedosas, incómodas y peligrosas nuevas circunstancias, te da por reconocer que los soldados, desde el primero hasta el último general, son tan necesarios en tiempos de guerra como en tiempos de paz, y no solo porque te sacan las castañas del fuego cuando se producen calamitosas catástrofes naturales en tu comarca. ¡Anda!, pudiera ser que incluso te diera por considerar de alto riesgo el sufrido oficio de repartidor de butano, el mal pagado trabajo de reponedora de artículos en las baldas de los expositores de las tiendas, el fastidioso puesto laboral de bregador de personas en la caja de cobro de un súper; o qué sé yo, igualmente podría darte por aplaudirle a las personas dedicadas al ancestral y rústico empleo de labriego. Mira por donde, también podrías terminar apreciando a los entregados funcionarios de placa, porra y pistola que en más de una ocasión han recibido tus reproches, tanto en silencio como esputando odio a chillidos, únicamente porque velan por el bien común ley en mano, exactamente igual que lo están haciendo ahora en esta suerte de nueva forma de vida que recuerda, por fortuna solo un poco, a como se sobrevive en la retaguardia de un combate que se está librando en un frente relativamente lejano.
Piensa en positivo, pese a todo lo que este virus nos está fastidiando a todos, en todos los campos. Empero piensa, de igual manera, que la vida, tal y como hasta ahora la concebíamos –cada cual con su grado de felicidad y comodidad–, puede que no vuelva a ser como antes durante mucho tiempo. Esta epidemia, que como todas las sufridas por la humanidad a lo largo de la Historia no entiende ni de fronteras, ni de clases sociales, ni de niveles académicos, tal vez nos haga ser a casi todos una pizca mejores seres humanos y ciudadanos más solidarios, dado que jamás hasta el que menos sabía y entendía supo tanto y entendió tanto. A pesar del Gobierno, fomenta el positivismo.
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