TRIBUNA LIBRE
Perspectivas
La provincia de Cádiz debe apostar por la marca 'retinta' como distintivo de calidad y de desarrollo ganadero y turístico: poseemos un producto natural, ligado a la tierra, que hay que aprovechar
Durante los últimos años he disfrutado del honor de ser invitado a la entrega de los premios que LA VOZ otorga a aquellas empresas u organizaciones que se distinguen por haberse convertido de algún modo en motor del desarrollo provincial en cualquier de sus aspectos: industria, arte, servicios, cooperación. Estos galardones ponen de manifiesto que, a pesar que vivimos en una de las provincias de España con mayor número de desempleados y con una renta per cápita muy por debajo de la renta nacional, tenemos potencial y riqueza natural y humana para, cuando menos, no perder del todo la esperanza en este mundo de las urgencias y la competencia desaforada.
Llegados de nuevo a la atalaya cíclica donde un año se despide y otro comienza, este mismo diario se pregunta por futuras perspectivas en el desarrollo provincial. Por una de esas carambolas que depara la vida he tenido la suerte de familiarizarme con un sector ganadero que, si los gaditanos valorásemos más nuestra riqueza natural y apostásemos por ello, podría convertirse en un potente pulmón económico. Me estoy refiriendo a la raza vacuna retinta. Nuestra provincia cuenta con el mayor número de ganaderías dedicadas a la cría de esta variedad bovina en un amplio territorio que se extiende desde el Estrecho hasta las tierras altas cacereñas. Durante milenios hemos sabido conservar este patrimonio genético y cultural. La Asociación de Criadores de Retinto (ACRE) lleva a cabo la indispensable labor de control y asesoramiento para mantener esta raza dentro de los indispensables parámetros de pureza. Quizá de aquí a un tiempo también LA VOZ podría estar reconociendo a la ACRE por esta tarea de preservación y expansión de nuestra riqueza autóctona.
Pretendo que la mía sea una mirada profana pero preocupada sobre una actividad ganadera que se está llevando a cabo en medio de una gran inseguridad y gracias, sobre todo, al empeño de unos ganaderos que anteponen el apego a una tradición ancestral y el amor a la raza sobre otras consideraciones de rendimientos productivos y mayor provecho económico. En nuestro mundo actual, permeado por vertiginosos flujos de comunicación, resulta vital concitar la atención del público como condición básica del éxito de aceptación al que me refiero.
Nosotros contamos con ese producto de excelente calidad que, tratado comunicativamente con buen tino, posee muy buenas cartas para convertirse en foco de atracción y germen para el desarrollo económico provincial: la carne del ganado retinto. Una raza autóctona cuyo origen se remonta miles de años atrás. Uno de los siete trabajos de Hércules consistió en robarle al rey Gerión los toros rojos de su propiedad. Narración mítica de lo que pudo ser la primera exportación de carne de retinto hasta los puertos de origen los comerciantes griegos por la costa norte del Mediterráneo.
Esta raza fue empleada durante siglos para un uso exclusivamente agrícola y quedó por esto mismo al margen de las ‘mejoras’ genéticas a las que han sido sometidas otras razas con vistas a la producción y comercialización de su carne. Por ello se encuentra hoy en peligro de ser barrida por la potencia comercial de estas otras a las que el éxito (comunicativo) les ha otorgado el casi absoluto monopolio del mercado de la carne de vacuno.
La nuestra, no obstante, gracias a unas condiciones genéticas naturales perfectamente adaptadas a las condiciones de su hábitat, ha preservado su musculatura semisalvaje y, justo por esto, su carne ofrece las características propias de sabor y textura del animal nutrido casi en exclusiva con el pasto del campo en un régimen de completa libertad. Una carne ajena a los procesos de engorde rápido a base de piensos compuestos, no expuesta a los abusos de la ingeniería genética ni al estrés animal que imponen las urgencias y los rendimientos económicos del mercado.
Pero he aquí el gran obstáculo de que el aprovechamiento cárnico de la raza retinta, dado el tiempo prolongado que requiere su crianza, una alimentación casi dependiente de los pastos naturales y el mantenimiento en pureza de su linaje, al entrar en competencia con aquellas otras razas no resulta apenas rentable en estos circuitos dominados por las urgencias consumistas y las exigencias insaciables del mercado. En este terreno la labor que está desarrollando la Asociación de Criadores de Retinto juega un papel esencial en la preservación de este tesoro natural de incalculable valía.
Contamos, pues, con el producto y con el nombre de una marca ligada a la tierra, a la calidad y a lo natural. Apenas hace falta dedicar fondos al capítulo publicitario. En cualquier bar de las localidades de La Janda te ofrecen carne de retinto como señuelo y como sinónimo de calidad y género oriundo de la tierra. Por tanto, hoy en día, en la conciencia del público, el ‘retinto’ ha alcanzado el extraordinario nivel de una verdadera seña de identidad.
Creo que contamos con los ingredientes básicos, pero es preciso continuar trabajando comunicativamente para tratar de lograr que en la conciencia de la clientela potencial se produzca la total identificación entre retinto y campiña gaditana. Todo esto debe ir parejo a un buen sistema de control en el sector de la hostelería para que el cliente pueda quedar convencido de que no le dan gato por liebre y estar, así, dispuesto a pagar un precio acorde a la calidad del producto. Este justo pago haría posible el aumento de valor de las reses que se enviaran a matadero, lo que repercutiría muy positivamente en la rentabilidad de la cría y en el progresivo incremento de reses puras en las explotaciones.
El esfuerzo ganadero se vería recompensado. La industria cárnica y los canales de distribución se revitalizarían en paralelo. El sector de la restauración contaría con un producto que aumentaría el prestigio de aquellos que ofrecieran auténtica carne de retinto. La labor de gestión y asesoramiento veterinario de la ACRE obtendría sus frutos. Las campañas de promoción de las entidades públicas, como Diputaciones y Ayuntamientos, encontrarían sentido. La concurrencia a ferias ganaderas con los mejores ejemplares, las calificaciones de expertos que seleccionan para los premios, las subastas que permiten el intercambio de sangre selecta entre las distintas ganaderías, no caerían en saco roto.
A partir del germen inicial ya consolidado del producto y de la marca, y en base a la continua realimentación positiva de las comunicaciones por parte del propio público, de críticos y gourmets, de los medios de comunicación, entre todos se obraría el milagro.
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