HOJA ROJA

La performance

Dolors Montserrat quería hacer un pasodoble y le salió un cuplé –y de los malos– cuando increpó a la otra estrella de la oratoria

Yolanda Vallejo

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alíope, «la de la bella voz», era una de las nueve musas, hijas de Zeus y de la nunca bien ponderada Mnemósine –para que no se diga que obviamos a la madre–, la Memoria. Se enamoró de Apolo, de Eagro, de Reso e incluso algunos ... autores le atribuyen amores incestuosos con su propio padre, y tuvo hijos con todos ellos, el más famoso, el encantador y cantarín Orfeo. En la iconografía clásica, Calíope se presenta llevando una corona dorada –lo que denota gran supremacía sobre las otras musas, sus hermanas– y portando en una mano una trompeta, y en la otra un poema. Total, que todo este rollo, viene a cuento porque Calíope es la musa de la elocuencia, lo que, en términos coloquiales, quiere decir que es la patrona de aquellos que poseen una expresión fluida, elegante y persuasiva, capaz de convencer y cautivar, mediante la lengua hablada o escrita, al que se ponga por delante. Una cualidad que, al parecer, solían exhibir los políticos desde la Antigua Grecia hasta bien entrado el siglo XX, y que luego fue sustituida por otros atrevimientos que iban más acordes con los tiempos. A la pobre Calíope se la llevaron por delante los planes de estudio y no solo desapareció de los libros de textos y de las aulas, sino que su rastro fue borrado para siempre, sepultado entre una hojarasca de nuevos lenguajes políticamente correctos, pero lingüísticamente incomprensibles.

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