HOJA ROJA
La performance
Dolors Montserrat quería hacer un pasodoble y le salió un cuplé –y de los malos– cuando increpó a la otra estrella de la oratoria
alíope, «la de la bella voz», era una de las nueve musas, hijas de Zeus y de la nunca bien ponderada Mnemósine –para que no se diga que obviamos a la madre–, la Memoria. Se enamoró de Apolo, de Eagro, de Reso e incluso algunos ... autores le atribuyen amores incestuosos con su propio padre, y tuvo hijos con todos ellos, el más famoso, el encantador y cantarín Orfeo. En la iconografía clásica, Calíope se presenta llevando una corona dorada –lo que denota gran supremacía sobre las otras musas, sus hermanas– y portando en una mano una trompeta, y en la otra un poema. Total, que todo este rollo, viene a cuento porque Calíope es la musa de la elocuencia, lo que, en términos coloquiales, quiere decir que es la patrona de aquellos que poseen una expresión fluida, elegante y persuasiva, capaz de convencer y cautivar, mediante la lengua hablada o escrita, al que se ponga por delante. Una cualidad que, al parecer, solían exhibir los políticos desde la Antigua Grecia hasta bien entrado el siglo XX, y que luego fue sustituida por otros atrevimientos que iban más acordes con los tiempos. A la pobre Calíope se la llevaron por delante los planes de estudio y no solo desapareció de los libros de textos y de las aulas, sino que su rastro fue borrado para siempre, sepultado entre una hojarasca de nuevos lenguajes políticamente correctos, pero lingüísticamente incomprensibles.
La ignorancia, decían, es siempre la más osada. Y la que más grita. Por eso no se oyen más que tonterías, argumentos pueriles, pataletas verbales y escándalos léxicos, como si la palabra «perro» fuese atacando al personal –cada vez que digo esto, me viene a la cabeza aquel profesor de Semántica, de cuyo nombre prefiero olvidarme– y haciendo pan de afrecho, desperdiciando en vano la harina. Qué le vamos a hacer; hay trileros del lenguaje, y hay gente que si abre la boca es para dar a conocer al mundo los motivos por los que debería tenerla cerrada.
La portavoz del Partido Popular en el Congreso de los Diputados, como vienen siendo habitual entre los miembros de su formación, es del segundo tipo, como bien demostró el pasado miércoles durante la sesión de control. Dolors Montserrat quería hacer un pasodoble, y le salió un cuplé -y de los malos- cuando increpó a la otra estrella de la oratoria política, la vicepresidenta Carmen Calvo, en un discurso digno de Antonio Ozores en sus peores tiempos. Solo le faltó al final el «no hija, no» del llorado cómico para poner el broche de oro a uno de los discursos más disparatados y peor construidos de cuantos se han escuchado en el Congreso. Más que Calíope parecía haberse encomendado a su hermana, la musa Talía, a tenor de las risas que se escucharon en el hemiciclo –la mayor parte de ellas, procedentes de su propia bancada– y fuera de él.
La exministra se hizo un lío o, mejor dicho, la exministra tenía un lío monumental en la cabeza, e hilvanó un discurso tan mal construido y tan mal defendido que lo único que consiguió fue dejar en evidencia la poca formación, el poco vocabulario y la nula capacidad de autocrítica que ampara a nuestros políticos. Desde las «prostitutas desconcertadas» a las incomprensibles alusiones terrícolas de Pedro Duque, Borrell y Celáa, lo que se adivinaba en el texto que había preparado Montserrat –o le habían preparado– es una gran osadía. Tantas referencias, tantos asuntos a la vez, herrikotabernas con prostitutas desconcertadas, la luna y Waterloo, tantas ambigüedades –que quizá llegó a pensar ingeniosas y brillantes– y tan mala dicción, convirtieron a Carmen Calvo en la más digna heredera de Calíope.
«Esto es una performance, ¿no?» dijo la vicepresidenta. La misma que decía lo de Pixie y Dixie, lo de fraila, la que ponía en boca de Leonardo da Vinci las palabras de Víctor Hugo, la que insistía en que el dinero público no es de nadie… Ella. La que hablaba de la utilidad de los libros a los que «no se le agotan las pilas, no hay que enchufarlo, no se queda sin cobertura; considero que es la alegría de tu vida porque te lo puedes llevar a cualquier sitio». De leerlos no dijo nada, claro está.
Ese es el nivel. El rey tuerto en el país de los ciegos que no quieren ver. En un país donde la palabra «mariconez» –que no está en el diccionario– en la letra de una canción se convierte en la bandera de la igualdad y la visibilidad, mientras suben –y de qué manera– los delitos de odio por homofobia en la calle. En un país donde el significante pesa mucho más que el significado, porque no es el fondo lo que importa, sino la forma.
Una performance es una muestra escénica con un alto componente de improvisación en la que la provocación y el asombro juegan a llamar la atención del espectador. Al menos en eso llevaba razón Carmen Calvo. Al final nadie sabe qué demonios estaba preguntando Dolors Montserrat, ni qué demonios pretendía con su florido y hueco discurso, pero le salió una performance.
Antes lo llamábamos pantomima, pero eso era antes. Cuando se estudiaba mitología en las escuelas, cuando sabíamos que el ejercicio de la política estaba reservado a los mejores.
Antes.