OPINIÓN
Percepciones
La ciencia, como ese nuevo rico que, vanagloriándose de los espectaculares logros de la conciencia racional, reniega de sus orígenes humildes, ha llevado a la percepción al desván de los trastos inútiles y la mantiene encerrada allí, envuelta en polvo, con doble vuelta de llave
La ciencia, como ese nuevo rico que, vanagloriándose de los espectaculares logros de la conciencia racional, reniega de sus orígenes humildes, ha llevado a la percepción al desván de los trastos inútiles y la mantiene encerrada allí, envuelta en polvo, con doble vuelta de llave. ... Contra esa actitud totalitaria protestaron filósofos de la talla de Heidegger, Husserl o Merleau-Ponty en una corriente que se dio en llamar fenomenología. Aspiraban a restituir de nuevo a la percepción en un lugar de privilegio en la casona familiar de la existencia humana. A día de hoy, instalados ya en pleno siglo XXI, la conciencia continúa aplastando bajo la apisonadora de unos éxitos cada vez más espectaculares a la pura percepción.
Reflexiono sobre esto mientras disfruto del honor de poder contemplar en mi propia casa las últimas creaciones de Stéphane Braud. Artista francés que vivió y creó durante casi una década en Medina, donde aún mantiene casa y regresa asiduamente. Pintor trotamundos, su rastro creativo va desde los fondos de arrecife de coral de Isla Reunión o Belice, hasta los campos fértiles de la Toscana, donde actualmente ha encontrado nuevo acomodo. Entre ambas etapas creativas, en sus óleos también ha quedado plasmado el misterio de las puertas marroquíes y venecianas, fiel reflejo de sus periplos por la cordillera del Atlas y su honda exploración de la enigmática ciudad de la Laguna.
Aunque he sido testigo presencial de que sus obras responden a un plan muy trabajado, un plan donde juega un papel principal el cálculo consciente, tanto sus fondos marinos, como sus puertas entreabiertas o sus cubos de pigmentos, muestran la apariencia de no haber sido preconcebidas, como si la reflexión consciente no hubiese intervenido en el trazado de la estructura de la obra en su conjunto. Stéphane, en sentido contrario a la promoción absoluta de la conciencia por parte de la ciencia occidental en la exploración de lo real, arrincona a la pura inteligencia tras la tramoya de sus obras y se lo juega todo a la baza de la percepción en el luminoso descubrimiento de esa misma realidad. Con ello consigue difuminar el corte tajante que la ciencia que hoy nos guía establece entre apariencia y realidad. Gracias a sus innatas dotes perceptivas, le Pêcheur de Blues (el Pescador de Azules, como algún crítico lo ha llegado a llamar), penetra hasta lo más profundo de lo real por medio de la apariencia de lo plasmado en sus lienzos, para que lleguemos a la conclusión de que apariencia y realidad son en verdad la misma cosa.
Esta Triple Identidad (como la llama Spencer-Brown, en sus Laws of Form) de la realidad, la apariencia y el percatarse, nos proporciona esa capacidad casi mágica que hace que todo se muestre como si realmente estuviera delante de nuestros ojos, cuando en verdad no existe ningún espacio ni ninguna cosa, sino que todo responde a puras construcciones de la imaginación, las formas aparentemente estables que Stéphane nos deja en sus lienzos para que captemos la auténtica esencia de todo lo existente. La belleza que expresa mediante sus pinturas es fiel reflejo del carácter efímero y casi inaprensible de las formas que nosotros mismos inventamos gracias a nuestras propias capacidades perceptivas.
Stéphane ha sacado, pues, a la pura percepción del desván de lo inútil y la ha restituido en un lugar de privilegio de mi propia casa para convencerme de la sustancia inestable de lo real. No puedo menos que estarle enormemente agradecido.
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