Pedro y Pablo, héroes nacionales
Lo único que tienen en común es su capacidad para renunciar a sus principios y mentir para lograr sus objetivos
Cuando Pablo Iglesias comenzó su carrera política, después de muchas asambleas, círculos, debates en la facultad y de apoderarse el movimiento 15M, presumía de moverse en bici por Madrid. Las entrevistas las concedía en un parque cercano a su casa del barrio de Vallecas o ... sentado en un pupitre de un instituto de barrio. Hasta llegó a protagonizar un reportaje con Ana Rosa Quintana en su humilde pisito, en la que ambos se movían con dificultad porque ciertamente era estrecho y recorrer la cocina y su sala de estar charlando y con un cámara grabando era complicado. Gracias a esa imagen logró un escaño para ser eurodiputado. Y lo que es más importante, despegar en política. Por aquel entonces vendía también como un gran logro el hecho de viajar a Bruselas en clase turista, mezclado con el ‘populacho’ que viaja en avión a Bruselas los lunes. Por supuesto, por aquel entonces el PSOE era casta. Para él, los socialistas estaban exactamente en el mismo saco que el PP. El saco de la corrupción, de la explotación de la clase trabajadora, de la complicidad con los bancos y las grandes fortunas, de las puertas giratorias. «Los partidos que han tenido poder en nuestro país no tienen más patria que su dinero y hay que cambiarlos». Esta frase, como otras muchas del mismo pelaje, la pronunció en una entrevista concedida a La Vanguardia en el año 2014. Eso era para Pablo Iglesias el Partido Socialista Obrero Español, un cómplice de todo lo que él y los suyos repudiaban.
Paralelamente, durante estos últimos años, Pedro Sánchez ha estado montado en una auténtica montaña rusa de sensaciones políticas. Llegó a lo más alto de su partido y lo descabalgaron los llamados ‘barones’ cuando insinuó que iba a pactar con Podemos y con los separatistas. Resurgió prometiendo el oro y el moro a las bases de su partido, a los militantes. Repartiendo cargos, recompensando lealtades y no teniendo la más mínima piedad con los que le traicionaron. Que le pregunten a Antonio Hernando, que no se separaba de él. Hoy su lugar lo ocupan César Luena y el ministro Ábalos. Y aquellos ‘barones’ –cuando lo que entonces calificaban de traición es hoy un hecho consumado– callan cobardemente. No lo ha tenido fácil Pedro Sánchez en política. Ha tenido que tragar muchísimos sapos, renunciar a muchos de sus principios, forzar la sonrisa cuando su gesto delataba con diáfana claridad la procesión que le comía por dentro. Todo en función de su objetivo último: su supervivencia política.
Y hoy, apenas cinco años después, ambos están a punto de convertirse en el dúo más poderoso de España. Lo único que tienen en común es su afán por el poder, su pasmosa facilidad para renunciar a sus principios y su falta de escrúpulos para mentir. Eso es lo que les ha llevado a vivir de lujo, uno en La Moncloa y el otro en un súper chalé. Y encima, por lo visto, en este país eso mismo los convierte en referentes. En héroes nacionales. En ejemplos a seguir.