Ramón Pérez Montero - Opinión
Patria
Si no viviéramos en un Estado democrático Fernando Trueba estaría ya ardiendo en la hoguera
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Me entero de que una anciana acaba de donar a la Biblioteca Nacional de Israel una serie de cartas y tarjetas postales que Stephan Zweig escribió al padrastro de dicha señora. Stephan Zweig fue autor de la famosa novela Carta de una desconocida y está considerado como uno de los intelectuales judíos austriacos más importantes de la primera mitad del siglo XX. Exiliado a causa de la persecución nazi, acabo con su propia vida en Brasil en 1942.
En una de esas cartas puede leerse: «No hay nada que odie más que la egolatría de las naciones y su rechazo a reconocer la variedad de las formas de pueblos y de tipos de seres humanos». Suscribo la frase y el pensamiento de Zweig. Máxime en estos tiempos de efervescencia de los diferentes nacionalismos (en definitiva, el mismo fanatismo nacionalista) que exigen adhesiones sin titubeos de parte de los suyos y la demonización sin paliativos de los que enarbolan otras banderas . La historia de la humanidad está teñida con la sangre de los que cayeron defendiendo a una patria que no deja de ser una construcción del imaginario colectivo.
El nacionalismo es un credo laico que, por esto mismo, mezclado con la religión, potencia sus efectos hasta el extremo de la demencia, como ocurre cuando se mezclan las drogas y el alcohol. Atacado por el virus nacionalista, una persona puede acabar degollando a aquella otra con la que tomaba todas las mañanas amistosamente un café. Nada más hay que recordar a los bahutu y los batusi , o las masacres medievales vividas durante el proceso de fragmentación de la antigua Yugoslavia .
En estos días estamos asistiendo a la crucifixión en las redes sociales de Fernando Trueba por manifestarse abiertamente antiespañol. Si no viviéramos en un Estado democrático el director de cine estaría ya ardiendo en la hoguera. Y es que defender a la selección que juega contra España en los Mundiales es una ofensa tan grave como la que comete la adúltera contra su legítimo esposo y por eso, en países mas fanatizados que el nuestro, no merece sino ser lapidada .
El nacionalismo ciega de tal forma que impide apreciar el verdadero sentido de las palabras de quien las pronuncia precisamente para dejar en evidencia a quienes al tiempo que parecen estar dispuestos a morir por la bandera no dejan de llenarse los bolsillos. Veo en las declaraciones de Trueba la intención de épater a aquellos que le otorgan un premio con la clara intención de utilizarlo como bandera de su causa. A veces los premios los carga el diablo .
España está aquejada de varias y graves dolencias, pero esta del recrudecimiento del fervor nacionalista me parece la más peligrosa de todas. Sobre todo cuando desde uno y otro lado se procura decapitar a la venenosa serpiente nacionalista del enemigo en tanto que tú te dedicas a engordar a la tuya. Estamos en el momento crítico en el que las argucias legales comienzan a dejar a las personas en un segundo plano.
La patria intenta cortarnos las alas de ciudadanos del mundo y nos obliga al rito primitivo de la horda. Mala cosa cuando la patria no tiene ya suficiente con exigir el pago de los tributos, el respeto igualitario de las leyes o la honradez profesional de cada uno. Mala cosa cuando en lugar de procurarles educación, bienestar y felicidad a sus ciudadanos la patria comienza a declarar sus derechos sobre la sangre de los suyos.