OPINIÓN

El Pata

Se ha muerto El Pata, vividor, amigo, gourmet, arquitecto, barbudo de barba de capitán Ahab, que tenía una pierna coja

Puede que el Pata ya se hubiera ido un tiempo antes de irse; a saber cuánto. Quizás no quedara nada de él en ese tipo que miraba con indiferencia la sucesión de atardeceres y de mediodías al otro lado del cristal de la ventana de ... una residencia. A veces sonreía con entusiasmo fugaz al ver a uno como si uno aún fuera uno y él aún fuera él. Tal vez ese impulso solo consistiera en un reflejo, como la pierna que se estira cuando recibe un golpe bajo la rótula. Cuando sus amigos vimos al tipo más despreocupado que conoceremos nunca angustiarse por recomponer qué día de la semana era, supimos que lo estábamos perdiendo. Por eso al Pata lo habíamos llorado mucho antes del viernes, cuando recibimos la noticia como si nos hubieran lanzado un saco de yeso desde un andamio. A sus amigos nos cayeron 41 años y un día de golpe sobre la nuca y comprendimos que ya nunca más seríamos niños. Sobre la infancia de Lalel y de María, sobre la mía y la de otros se elevó un hongo nuclear y la memoria humea desde entonces como en lo de Hiroshima.

Se ha muerto El Pata, vividor, amigo, gourmet, arquitecto, barbudo de barba de capitán Ahab, que tenía una pierna coja porque decía que le había mordido una morena y sería mentira, claro. Una risa de marinero, el armario de un clochard y la bodega de un rey francés. La puñetera wikipedia no dice nada de él ni de otros de la cuadrilla, una serie de tipos geniales que no vivieron para que les pusieran una placa ni tampoco les preocupó permanecer hasta aburrirse, pero que han desaparecido del mapa de la memoria y a sus discípulos nos jode una barbaridad que los chavales sepan quién fue Manet y no Manolito Vidal.

Aquí va una biografía inmanejable. José Andrés Gago ‘El Pata’ o ‘Patavino’ (Respóndase «Si te miro, te fascino y si te vuelvo a mirar, te vuelvo a fascinar»). Palentino, hijo de un tratante de caballos, novio de la Corito, hermano de la Nenucha, del Choya y del Manta, quizás el galático más galáctico de los que hemos conocido y hemos conocido alguno que otro. Gastó todo en vino y en comer y en los amigos. Se fue a Rusia a por caviar y cuando llegó ya no le quedaba. A veces dormía en una furgoneta a la que apodaba ‘La Casita’ que tenía váter de la marca Porta Potti. Vestía babuchas de toalla, pantalón de pana y camisas abiertas hasta el ombligo, especialmente algunas con motivos ecuestres que compró probablemente en Londres en un mercadillo de los 70. A su casa la llamaba ‘El chiringo’. Bebía el Vega Sicilia y el Chateau Margaux por cajas, pues consideraba el vino un alimento en sí que además emborrachaba. Corría la leyenda de que se lo echaba a todas sus recetas. Comía tarde, poco y bien. Era poco amigo de iglesias y cuando se enfadaba, le visitaba toda la corte celestial que probablemente a estas horas ya le haya perdonado, o no. Lo despidió en Gijón un cura enorme de sotana larga y gafas ahumadas con voz de trueno que hablaba muy despacio, juntaba extrañamente las manos y en su conjunto componía un personaje de un videoclip del punk español de los 80. Dijo de él que había sido un hombre trabajador. Sus amigos contuvimos la risa. Le echaremos de menos a él y también a nosotros mismos.

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