Julio Malo de Molina

Pasear con Quiñones

Le conocí personalmente en la primavera de 1981, cuando presenta en la plaza Mina uno de sus poemarios más sugestivos

Julio Malo de Molina

Cuentan que cuando Fernando Quiñones llevó a La Caleta por primera vez a su esposa veneciana Nadia Consolani, le dijo: «Este es el mejor regalo que puedo hacerte: Cádiz y su Caleta». Por mi parte puedo afirmar que uno de los más preciados regalos que me proporcionó Cádiz fue la amistad de ese poeta y maestro zen que era Fernando Quiñones.

Le conocí personalmente en la primavera de 1981, cuando presenta en la plaza Mina uno de sus poemarios más sugestivos: ‘Muro de las Hetairas’, ‘Fruto de Afición Tanta’ o ‘Libro de las Putas’. Recuerdo que cantó ‘a capella’ una seguiriya gitana que incluye el libro de Ediciones Hiperion en una pulcra edición hoy difícil de encontrar y es codicia de bibliófilo: «Ese cuerpo y causa/ de mi perdición/ fue la tuya, te tiró a las calles/ y en venta te echó».

Luego supe que Fernando era cronista y vate de esos ambientes en los cuales palpita una vida densa, amalgama de placeres elementales y paradojas de la condición humana, aquélla donde según Tagore habita Dios. En el festival Alcances de ese año compartimos una maratón de películas entre copas de manzanilla en rama, noches de flamenco en «baches» a los cuales sólo se podía acceder en su compañía y amaneceres en La Caleta, donde me enseñó a mariscar «coñetas», aunque jamás llegamos a encontrar ningún «Real de a Ocho» que pudieran dejar los galeones de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales que allí fondeaban para adquirir esa divisa acuñada por la Corona de Castilla mediante plata de las minas de sus colonias, precedente del dólar y que se aceptaba en los mercados de China y Japón.

Más tarde, las veladas en su casa de la calle Rosario Cepeda donde tras comer unos espaguetis «alle putanesca» que él mismo preparaba, le escuchábamos recitar poemas de Borges; la pasión entre ambos autores era recíproca, antes de conocer a Fernando ya había leído al argentino declarar que Quiñones era uno de los escasos escritores españoles que a él le interesaban.

También exponía argumentos de narraciones que nunca llegó a escribir, pues nos dejó demasiado pronto, tal vez alguno de sus discípulos desarrollemos alguno de sus cuentos inconclusos; de momento nos limitamos a recordarle en actos como la Séptima Ruta Quiñones que tiene lugar hoy, con salida a las diez de la mañana desde la estatua que le recuerda junto a la Puerta de La Caleta.

La primera actividad de este año será visitar la muestra ‘Retratando a Fernando’, en esa especie de viejo carguero oxidado varado cerca del Castillo de Santa Catalina y que sirve como refrigerio para paseantes al borde de la ensenada.

Quilla ya organizó el año pasado una exposición de fotos del escritor, ahora ofrecerá una selección de pinturas dedicadas a Fernando, dirigida por el autor del excelente cartel de esta Ruta: Cecilio Chaves; y junto a él otros ocho pintores, incluyendo a María del Mar Robert, Rosa Olea y Toni Carbonell. La exposición se mantendrá hasta finales de abril.

Son nuevas obras plásticas que se suman a otros tantos retratos conocidos de Quiñones como el de Manolo Cano, un artista de casta que ahora pinta con primor acémilas como el Platero de Juan Ramón Jiménez, en su estudio del Campo de Gibraltar. A Fernando le hubiese gustado ver tanta obra de calidad inspirada en su memoria; también nos sirve a sus amigos para aliviar la perdida irreparable de su infinita generosidad.

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