LAVOZDECADIZ - EL APUNTE

Un parlamento imposible y vergonzoso

La deriva de los plenos municipales provocó ayer una suspensión que debe llevar a la reflexión

LA VOZ

Los símbolos tienen la importancia que todos queramos darles y la historia muestra que los pueblos que han tenido una mejor trayectoria, más próspera y pacífica, son aquellos que han cuidado de los suyos.Cuando se trata de los democráticos, todos deberíamos considerarlos como patrimonio propio y esencial para la convivencia. Es el parlamento más cercano a los ciudadanos, el foro de debate, por representación, más próximo, el primer escalón. Quizás por esa vecindad tiene la obligación del ejemplo pero también el obstáculo de la confianza. Ya no se trata de su posible duración, incompatible con el seguimiento ciudadano, ni de las dificultades para la participación ordenada de los vecinos, que tratan de ser corregidas cada poco tiempo. El mayor defecto de los plenos municipales del Ayuntamiento de Cádiz, es la deriva de tensión en la que han entrado. Esa crispación los hace inservibles. Hace ya dos años, en la última etapa de las dos décadas de Teófila Martínez en la Alcaldía, el Salón de Plenos se convirtió en escenario constante de protestas. Cada reivindicación acababa en interrupción y, a menudo, en desalojo o leve altercado. Esa inercia, que apoyaron incluso en primera persona varios de los que ahora son concejales del equipo de gobierno, creció y creció.Se convirtió en costumbre, en inercia inevitable. Ahora, ese fenómeno se ha convertido en un hábito que ayer alcanzó el paroxismo.

La sesión, tras hasta tres altercados con asistentes, derivó en un intercambio de gritos e insultos, registró un desalojo y se hizo ingobernable. El alcalde tuvo que suspender la sesión durante muchos minutos y luego se reanudó –ya presidida por el diálogo– casi a puerta cerrada.

Ese bochornoso espectáculo nos retrata a todos y da una imagen lastimosa de la ciudad ante cualquier persona que tenga ocasión de conocer el episodio. Demuestra que los gaditanos somos incapaces de manejar nuestros símbolos democráticos y velar por las reglas que nos hemos dado para debatir en libertad el gobierno de la ciudad. Tanto representantes como representados salen malparados de un sainete que, de una vez, debe quedar desterrado.

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