Pin Parental
El artículo 27 no solo no ha sido revocado, sino que su texto ha permanecido inalterado desde su aprobación en 1978
Dice el artículo 27.3 de la Constitución Española lo siguiente: “Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”.
El mentado artículo 27, que ... contiene 10 apartados, no dice en ninguno de ellos que ese derecho se circunscriba a escuelas religiosas, privadas o de cualquier otra índole. Tampoco preceptúa que la formación religiosa o moral se adecúe a ninguna fe religiosa o corriente de pensamiento. Se refiere a la Educación -como concepto general y mayúsculo- acorde con las convicciones de quienes traen los niños al mundo, los cuidan, custodian y protegen y son responsables de sus tropelías hasta que cumplan la mayoría de edad.
El artículo 27 no solo no ha sido revocado, sino que su texto ha permanecido inalterado desde su aprobación en 1978 y respetado durante los sucesivos mandatos presidenciales. Zapatero incluido.
La propuesta de aplicación del llamado “pin parental” no supone sino dotar a los padres de mecanismos de ejercicio de ese derecho constitucional. No se trata de ninguna medida ilegal, segregacionista, clasista, misógina ni homófoba. Se trata de una herramienta que permite a los ciudadanos hacer efectivo uno de sus derechos constitucionales. ¿Se imaginan que un partido político dotara a los ciudadanos de mecanismos para hacer efectivos los derechos constitucionales al trabajo, a una vivienda digna…? Pues hay uno que ha empezado por ofrecernos un mecanismo de protección del bien más preciado de todos. Más valioso que cualquier lujoso chalet de la sierra madrileña: la integridad educativa y moral de nuestros hijos.
Tal figura de control solo se aplicaría en las actividades complementarias que se impartan en horario lectivo (obras de teatro, talleres, charlas…) y no pretende prohibirlas, sino simplemente que el centro informe a los padres del contenido de dicha actividad y le ofrezca la posibilidad de decidir sobre la asistencia -o no- de sus hijos si dicho contenido no se ajusta a los parámetros de esa familia.
Y ha levantado ampollas en la horda gobernante y sus facilitadores. Esta precisamente es la señal de alarma más preocupante del asunto: si la negativa a su aplicación resulta tan vehemente, es señal inequívoca de que pretendían usar la Educación como otra herramienta útil a sus propósitos: corromper los cimientos de nuestra sociedad. La demolición, utilizando a nuestros hijos como bolas de derribo.
Puede resultar normal, viniendo el propósito de quien viene, pero no deja de ser aterrador. Es comprensible que la ministra de igualdad vea con recelo cualquier aspecto relacionado con la Educación, la moral y las convicciones. Le faltan muchos exámenes trimestrales y muchas horas bajo un flexo para igualar a cualquier padre afectado. De su concepto de la moral y sus convicciones ya han dado sobrada cuenta los informadores y nos darán mañanas de gloria.
Todo puede resumirse en el eslógan que he visto ésta mañana, en la puerta del patio de un colegio público de Barcelona: “En esta escuela enseñamos a pensar, no qué pensar”.
Pero la ministra me contestará con un texto que le habrá escrito su marido, con el mismo tono que él habla. E incluso imitando postura. Y me llamará machista.