OPINIÓN
Panes
Los chiquillos nacidos en este suelo patrio han pasado de un extremo malo a otro aún peor
No hace todavía mucho corría el dicho de que los hijos venían con un pan debajo del brazo. La miseria, e incluso el hambre, instaladas en la base de una sociedad eminentemente rural, daban fundamento a tal sentencia. Apenas los críos demostraban una mínima autonomía ... vital, se les ponía al cuidado de la correspondiente piara de pavos o de cerdos a cambio de aquella telera de pan que constataba la realidad del aserto. En un humilde hogar campesino, normalmente compuesto por una familia numerosa, podían reunir varias teleras semanales por medio de tal arreglo económico. De esta forma, la fiera del hambre se mantenía a raya fuera de la choza.
Hoy en día, cuando nuestra sociedad se ha hecho mayoritariamente urbanita, cuando disponemos de una vivienda digna, cuando raro es el matrimonio que se atreve a sacar adelante más de dos retoños, cuando podemos comprar a bajo coste barras de pan precocinado, cuando el sistema posee mecanismos para evitar la explotación laboral infantil, los hijos nacen, en cambio, con el peso asfixiante de una enorme deuda sobre sus espaldas.
Actualmente se calcula que cada españolito que viene al mundo deberá hacerse cargo de los 32.000 euros personales de la deuda que le cae encima nada más nacer, como heredero de una maldición. Su primer llanto podría ahora interpretarse como un alarido de rabia por tener que apechugar con la factura de lo que se han comido otros. Si a esto se añade que la mayoría de los neonatos llegan con su correspondiente condena a ser parados de larga duración, se antoja muy difícil que puedan arrastrar tal losa a lo largo de su vida.
Pero, a falta de otras soluciones, los sucesivos gobiernos aplican la táctica de las criadas fulleras de barrer debajo de la alfombra. Como no tiene pinta de que vaya a llegar el agua de mayo del ansiado superávit presupuestario que equilibre nuestra balanza, se sigue emitiendo deuda pública para afrontar los salarios de los funcionarios, las pensiones, la sanidad y la educación. Por eso resulta indispensable maquillar este aumento insoportable del gasto público y, para ello, según los expertos en los grandes números, no se incluyen en los presupuestos los pasivos de las Administraciones Públicas ni los créditos comerciales, con lo que 300.000 millones de deuda no aparecen en las cifras oficiales.
Nuestro débito reconocido es, por tanto, equivalente a toda la riqueza que los españoles somos capaces de generar en un año, pero la real se equipara a un año y medio, sin que la hemorragia tenga visos de ser cortada. Una deuda galopante que se ha triplicado desde el comienzo de la crisis, con el agravante de que los inversores extranjeros cierran el grifo de las inversiones en el país ante la incertidumbre política que vivimos. A perro flaco todo pulgas.
Los chiquillos nacidos en este suelo patrio han pasado de un extremo malo a otro aún peor. Han experimentado la metamorfosis, a lo largo del pasado siglo, de llegar con el pan de la miseria debajo del brazo, a cargar con la trampa que le asigna la moderna sociedad del desarrollo económico. Y donde se abren boquetes de riqueza continuamos echando tierra de deuda. La misma estrategia de parcheo financiero que vemos que se lleva a cabo en nuestra carreteras comidas de socavones. No se me alcanza hasta dónde podernos seguir tirando con esta política económica de manchar las manos inocentes con el barro de nuestro derroche.