Ignacio Moreno Bustamante - OPINIÓN
Una panda de mangurrianes
La Real Academia Española de la Lengua sabrá –y seguro que sus razones son de mucho peso– porqué no está incluida en su diccionario la palabra mangurrián
La Real Academia Española de la Lengua sabrá –y seguro que sus razones son de mucho peso– porqué no está incluida en su diccionario la palabra mangurrián. Es un término que define perfectamente a los personajes que en la actualidad dirigen los designios de ciudades tan importantes como Madrid, Barcelona o Cádiz. Un mangurrián es una persona de formas toscas, embrutecido, sin ningún refinamiento. Una persona que mete la pata prohibiendo que un grupo de escolares haga un pasacalles de Carnaval y luego trata de solventarlo burlándose de sus padres en su facebook personal, con términos como «No mosquearse joé, que estamos en carnaval». El Excelentísimo alcalde. Como si fuera el tendero de la esquina. Mangurrián en toda regla. Como su concejala de Fomento, que defendió hace unos meses a voz en grito en el Pleno municipal que la Junta «no hace ni el huevo por el empleo en Cádiz». Concejala. De Fomento. «Ni el huevo». La que perdió los 15 millones de los fondos europeos. Manguarriana grande.
El problema es que hemos llegado a tal nivel de cutrez que ya ni nos llama la atención. Si nuestros dirigentes son unos impresentables a los que no llevaríamos a ningún sitio en el que se requiera un mínimo de formalidad, no ‘passsssa’ nada, que diría el maestro Burgos. No saben comportarse y lo asumimos como algo normal, cuando no lo es. Si la alcaldesa de Barcelona insulta sibilinamente a todo el ejército español, los suyos le ríen la gracia y el resto mira para otro lado. Si los diputados en el Congreso no tienen ni repajolera idea de mantener las formas que requiere un lugar tan importante, lo dejamos correr. En algún momento los mangurrianes se apoderaron de la vida pública y no nos hemos dado ni cuenta. No se trata de que volvamos a los convencionalismos en el vestir y en el comportamiento de hace dos siglos, pero habrá un término medio. Debemos encontrar el equilibrio entre hablar de usted a una madre o llamarla ‘shosho’. «¿Fue usted al ultramarino a comprar mantequilla, madre?» o «Shosho, mira que te dije que había que ir al Dia a por jamón pa’ las ‘cocretas’». La ordinariez, la vulgaridad, el mangurrianismo, siempre han existido. Pero no es lo mismo verlo en un sketch de Los Morancos que en el atril de un Ayuntamiento. Con la excusa de que son el pueblo, la gente, la calle y demás eslóganes populistas, han conseguido implantar la zafiedad y la ordinariez en nuestro día a día. «Prefiero una persona ordinaria pero honrada», dirá usted. «Los otros llevaban corbata y eran unos chorizos». De acuerdo. Pero no hablamos de eso. Por supuesto que lo primero es la honradez. El ser. Pero también es importante el parecer. Al fin y al cabo son representantes públicos. Nuestros representantes. Por muy mangurrianes que sean.