OPINIÓN

Palabras, palabras

Lo de «hablando se entiende la gente» se hace cada vez más complicado de cumplir

Open Arms. L.V

Lo de «hablando se entiende la gente» se hace cada vez más complicado de cumplir. Y, en parte, ello se debe al muy heterodoxo uso de las palabras, esas unidades lingüísticas dotadas de significado. Que un mismo término puede significar muchas cosas lo sabemos bien ... los gaditanos, para los que las palabras pueden cobrar doble, triple o hasta cuádruple sentido. De hecho, la polisemia, el que una palabra tenga múltiples acepciones, asegura el manejo práctico del diccionario y previene del aburrimiento lingüístico. La polisemia está presente en la vida cotidiana y el contexto da cuenta de sus diferentes significados; así no confundimos los virus estacionales, esos que tanta lata dan en verano, de los virus informáticos que nos la dan todo el año; o a los gatos para cuya alimentación hace falta un carnet, de aquellos otros de los que no conviene olvidarse en los desplazamientos veraniegos. En Cádiz, el carnaval es una muestra genial de polisemia, y eso es importante porque nos ha acostumbrado a ser expertos en identificar de antemano las potenciales acepciones del nuevo lenguaje. Pero donde realmente la polisemia impera es en el terreno político. Un ejemplo, cuando se plantea la relectura del Art. 138.2 de la Constitución, el que dice «las diferencias entre los Estatutos de las distintas comunidades autónomas no podrán implicar, en ningún caso, privilegios económicos o sociales», se trata de un intento polisémico-político de dar privilegios a algunas de ellas. Posiblemente, tras el verano, tendremos oportunidad de estar atentos al uso de la polisemia en los discursos y eslóganes durante la campaña electoral, aunque de su verdadero significado solo nos enteraremos a posteriori. Y si la polisemia política nos permite extender los significados ad infinitum, también está de moda el modificar el significado de los términos, algo asimismo habitual en el plano ideológico, quizá por eso de que la realidad no deja de ser una construcción gramatical. Ahora que el Open Arms ocupa todas las portadas, todos hablamos de ‘migrantes’, término que para la Organización Internacional para las Migraciones define a toda persona que se traslada fuera de su residencia habitual, ya sea dentro de un país o a través de una frontera, de manera temporal o permanente y que incluye desde las personas objeto de tráfico hasta a los estudiantes internacionales. De hecho, Acnur ha llamado la atención sobre las implicaciones que sobre la vida de las personas puede tener la confusión de los términos ‘refugiados’ y ‘migrantes’ en el discurso mediático. No es el único ejemplo. Hace tiempo que se sustituyó el término paciente por el de usuario lo que, inevitable e inconscientemente para algunos, el criterio médico de atención se sustituye por el del orden de llegada. O la confusión permanente entre cuidados paliativos, sedación paliativa, abstención de ensañamiento terapéutico con el de suicidio asistido, al que también se denomina eutanasia, término por cierto nada apropiado para los que como Woody Allen no es que tengan miedo a morir sino que no quieren estar allí cuando ocurra y que, según la nueva propuesta de ley, es una causa más de muerte natural. Y es que no podemos ni imaginar todo lo que se oculta detrás de una palabra.

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