La palabra y los CDR gaditanos

¿Qué le decimos al diputado que comparó los CDR con las movilizaciones de astilleros? Yo, lo tengo claro

Las hay grandes como las galaxias y las hay pequeñas como un ratoncito. Las hay secas como el pan un día de levante y húmedas como la ropa cuando el poniente castiga. Y vacías como el hatillo del pobre y huecas como una cueva olvidada ... y ya conocidas como la sonrisa de una madre. Hay palabras para todos los gustos, algunas son gratuitas y otras se pagan a precio de puntillita. Es por eso que, con esto de juntarlas, el personal hace verdaderas virguerías y memorables mamarrachadas. Ya sea su jefe, su hijo, quien le vende el cupón o aquel novio que tuvo y que ahora se ha comprado un Volvo. Todos tienen, tenemos, la capacidad de quedar como mentecatos en la frontera de cada palabra.

Con el tiempo he ido perdiendo muchas cosas. Amigos, esperanzas y pelo se cuentan entre ellas. Pero quizá la pérdida más acusada ha sido la de la paciencia ante quienes retuercen los nombres hasta dejarlos sin sentido. Igual que al herrero, aunque corte con cuchillo de palo, le quita el hambre que se maltrate el metal, a mí me hiere cuando se violenta el adjetivo, cuando se menoscaba el adverbio y cuando se prostituye el significado exacto de las cosas. Es por esto que cuando oigo a los políticos, sean del bando que sean aunque uno tenga dentro de sí sus particulares trincheras, siento una punzada similar a cuando, en ‘Los Serrano’, Antonio Resines se asomaba al abismo del incestastro entre los hermanastros. Trato de sobrellevarlo con la paciencia con la que se escucha a un bravucón en el bar pero, ya le he dicho que son cosas de la edad, cada vez mi paciencia es menor.

Todo esto es para explicar las ganas que he sentido de recurrir al diccionario para buscar la palabra precisa que afee al señor Esteban su comparación del matonismo de los CDR con las reivindicaciones de los trabajadores del metal de Cádiz. Teniendo como tenía a los siderúrgicos vascos tan cerca (aunque el símil hubiera sido igual de injusto), vino a buscar su metáfora donde el país se acaba por el otro lado. No nos viene de nuevas. Ya una exministra, para hablar de incultura, nos ponía como ejemplo. Señor Esteban, en esta relación amorosa consentida con las palabras he pedido a alguna que saliera voluntaria para definirle en el marco de estas declaraciones. Apareció «inexacto», también «oportunista», acaso «desafortunado» y cobró fuerza «desinformado». No me convencían, así que barajé «clasista» o, siendo malpensado, «cizañero». Pero, qué curioso, que la que finalmente escogí no figuraba en el RAE. Y fue «carajote».

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