La palabra de un vasco

Cosas anómalas son las que pasan en el escenario de la política española y cosas extrañas son las que les pasan con sus principales actores

Enrique García Agulló

Cosas anómalas son las que pasan en el escenario de la política española y cosas extrañas son las que les pasan con sus principales actores. Me refiero a las promesas electorales, a todas esas afirmaciones previas a los procesos electorales o al gesto tan nuestro, ... y hoy tan confundido, de aquello de la palabra dada.

Desafortunadamente, los españoles nos estamos acostumbrando a que no se nos diga la verdad o, al menos, a que no se nos diga totalmente la verdad o, lo que es aún peor, a que se nos engañe y se nos digan cosas que ni son las que responderán a la inmediata realidad o que, si aún sonaran las que se nos han dicho tras todos estos procesos electorales a las que se nos llama, cuando se gana, los ganadores de las mismas son enormemente proclives a aquel viejo dicho de «donde dije digo, digo Diego».

¿Está todo perdido? No para el que tenga curiosidad de mirar atrás tras los recuentos en las urnas porque la memoria documentada, en constante tozudez, nos trae una y otra vez a la imagen o al oído todas esas promesas electorales vanas que determinados políticos fueron haciendo o lo que es mucho más dañino, las que también se nos pudieran haber hecho sin anestesia, vamos, sencilla y claramente, para engañarnos por engañar, paradigma de caradura y demagogia.

Hoy día, tanto en las hemerotecas como en los archivos de imágenes, se encuentra una suerte de afirmaciones o negativas expresadas con tal rotundidad por los llamados líderes políticos que, verdaderamente, es más imposible que difícil, a menos que se acepte ‘per se’ la incongruencia, leer, ver o escuchar sus posteriores contradicciones expresadas por esos mismos protagonistas que, sin pudor alguno y sin cortarse un pelo, corrigen, desdicen o afirman lo contrario a lo que es opuesto con lo que la prensa tiene registrado. Y esto no se baladí, porque o miente el político o miente el periodista que confeccionó la noticia o grabó las imágenes. Y esto es serio, muy serio.

Para esta clase de políticos, sin rubor alguno en sus contradicciones, estas situaciones no es que sean producto, sustento o resultado de ninguna evolución tranquila y sosegada de su desarrollo intelectual, no, porque rara vez, por no decir ninguna, vez, se retrotraen a lo que dijeron, no. Simplemente las ocultan o fatalmente las orillan y, si se les enfrenta a ellas, dan la callada por respuesta ante las noticias que se les muestran o antes las imágenes que se les proyectan a las que, con absoluto impudor político, confunden, desmienten o alegan que se han «sacado de contexto».

Y ejemplos tenemos por dar y por recordar, que si los plagios de todos esos nuevos doctores, que si el 95% de los españoles no podrían dormir tranquilos con ese gobierno… qué se yo, después de tanta mentira y de tanta confusión.

La penúltima decepción que me he llevado yo con los políticos de partido fue con esos personajes del PNV que tan malamente dejaron a sus paisanos. Crecí en la creencia de que cuando un vasco daba su palabra eso iba a misa pero, la verdad, cuando sus políticos abandonaron así a Rajoy después de haberle ofrecido su apoyo me di cuenta con pena de que muchas veces los partidos emborronan sus siglas cuando las adornan con el nombre de su pueblo porque los del PNV serán nacionalistas, sí, pero no sé si muy vascos, como pasa con los dirigentes del actual PSOE, que serán españoles socialistas, sí, pero no sé si ya de la España que en 1978 emergió ilusionada tras su Constitución.

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