Francisco Apaloaza
Otegi: amanece en la autovía
Es curioso lo rápido que cambian las lecturas de los escenarios. Hubo un día en el que la autovía del Leitzaran fue un símbolo
Amanece en la autovía entre San Sebastián y Pamplona. El primer signo del día es el alba que recorta los perfiles de las sierras y los montes. Entonces, una luz tenue como de segunda mano rellena las lomas grises del valle y después los barrancos hasta que define el detalle de las copas de los árboles. Los negros y blancos ceden al verde claro macilento. El color verdadero llega de un momento a otro. Es imposible definir el instante del cambio: un vistazo a la carretera y de pronto, ahí está la tercera dimensión de la luz. Quizás la cuarta. Pasando Dos Hermanas, con sus dos peñas gemelas, encaramadas de arbustos en las alturas, ya es de día y baña los montes una luz ámbar de caramelo. Olvidamos la noche como un mal sueño.
Es curioso lo rápido que cambian las lecturas de los escenarios. Hubo un día en el que la autovía del Leitzaran fue un símbolo. La proyectaron en 1986 y ETA hizo de ella una de sus banderas de muerte. Para salvar robles y hayedos, dispusieron toda una campaña de terror que incluyó sabotajes, coacciones, amenazas y varios atentados, entre ellos uno contra la casa cuartel de Lekunberri. Duró treinta meses. En noviembre del 90, ETA envió una carta comunicando a técnicos, empresarios y responsables públicos en la que les comunicaba que eran un objetivo prioritario. Los dirigentes de HB les visitaron para invitarles a que pararan las obras.
El 4 de marzo de 1991, dos pistoleros entraron en las oficinas valencianas de Ferrovial, una de las empresas relacionadas con las obras de la autovía. Buscaron el despacho de José Eduardo Casañ (42 años, 3 hijos) y le descerrajaron un tiro en la cabeza. El 13 de junio, los artificieros Andrés Muñoz y Valentín Martín murieron en Vallecas desactivando un sobre bomba destinado al presidente de Construcciones y Contratas. No era la primera vez. En el 81, secuestraron al ingeniero del proyecto de la central nuclear de Lemoiz, José María Ryan y dieron una semana para demoler la central. Apareció muerto de un tiro en la cabeza, amordazado en un camino forestal. Su mujer había aparecido en televisión rogando por su vida acompañada por sus hijos. No le sirvió.
Pararon la central. El 22 de abril de 1992, brindaban con cava en la central de Herri Batasuna por haber conseguido modificar el trazado del proyecto del Leitzaran. Sangre por árboles. La ecología de las pistolas. Así -y de otras maneras- desangró el País Vasco lo que ahora algunos quieren relatar como una guerra de bandos sin buenos ni malos. En aquellas, andaba Arnaldo Otegi en la cárcel por el secuestro del empresario Luis Abaitua. Ahora lleva otra batalla menos cruenta: recurrir la decisión de la junta electoral de hacer efectiva su inhabilitación para presentarse a un cargo electo. No es bueno que alguien no pueda optar a un cargo público, pero es extraño que clamen contra la judicialización de la política los que politizaron la muerte, los que pusieron la pistola encima de escaños y concejalías. Si Otegi está comprometido con la paz, podría seguir apoyándola, por ejemplo, evitando encender más fuegos. El cese de la violencia armada de ETA sucedió probablemente gracias a tipos como él, pero la violencia armada también existía por tipos como él. Es bueno tener memoria histórica, pero para todos. Algún día amanecerá en este país como amaneció en la autovía, y parecerá que la noche no haya existido nunca, pero ese día aún no ha llegado.