Cuatro pasos
La distancia para salir al encuentro de quien pedía posada y se encontró con un establo
Los que restan para que definitivamente el abismo que ya existe entre el pueblo y su Iglesia se haga insuperable.
Los que median entre el color púrpura de una caterva episcopal apesebrada y el fariseísmo más recalcitrante.
Los que ustedes dan hacia adelante cuando se ... trata de golpes de pecho y de impartir lecciones de una ejemplaridad que desconocen.
Cuatro pasos, solo cuatro, los que deberían recorrer descalzos, sin sus sandalias de pescador sin peces, cuatro pasos sobre el helado suelo de la Catedral o sobre los encharcados adoquines de Arquitecto Acero.
Cuatro pasos para salir al encuentro de quien pedía posada y se encontró con un establo.
Cuatro pasos para entender que la vida, cuando es de verdad, mancha, ensucia y grita. Cuatro pasos para oler a oveja y no a perfume de boutique cara.
Cuatro pasos para acercarse a tantos y tantos niños que ayer aguardaban a pie quieto entre la tristeza de sus hábitos mojados, la oración de quien reza con el cuerpo, y el suspiro de la esperanza de poder salir de nuevo a acompañar a Jesús por la calle.
Cuatro pasos para entender que el templo más sagrado que hay, el que nunca debió profanarse, es el del cuerpo vivo de nuestro Señor, que ayer vestía túnica de penitencia, iba fajado y con el hombro dolorido, y regalaba notas de música rezada al pueblo que lo veía pasar.
Cuatro pasos para distinguir la vida de la muerte, el susurro de agradecimiento de la amenaza, el montón de piedras y cúpulas del verdadero templo santo del alma de cada hermano que ayer no vio a su pastor ni a sus fieles borregos atendiendo al caminante.
Cuatro pasos, pero eran seis, fíjense, eran seis.
Fariseos