Felicidad Rodríguez - OPINIÓN

Odio

Cuando se odia y se ataca al ser odiado, uno es plenamente consciente de lo que está haciendo

Mucho odio. Solo un odio llevado a extremos inimaginables puede conducir a 3 personas, puestas de acuerdo y coordinadamente, a arrollar con un coche a tranquilos viandantes y dedicarse a apuñalar, indiscriminadamente, a todo aquel que se cruzase en su camino. Solo el odio puede hacer estallar una bomba en un recinto lleno de adolescentes y niños.

Las escenas del sábado en el puente de Londres , en vísperas de las elecciones, volvieron a retrotraernos en el tiempo al horror que vivimos, en nuestras propias carnes, aquel terrorífico 11M. Un odio atroz que, en los últimos tres meses, parece haberse cebado especialmente en territorio inglés con los sucesivos atentados de Westminster, Manchester y el del pasado fin de semana.

Pero apenas hace nada, en abril, se perpetraron los atentados terroristas en el centro comercial de Estocolmo , en el metro de San Petersburgo o el ataque al autobús del Borussia Dortmund . O los de las pasadas navidades en el mercadillo de Berlín o los del año pasado en Niza y en Bruselas. Pero también, los de la discoteca de Estambul en enero de este año, los de Kabul en mayo o los del Domingo de Ramos en las iglesias coptas de Egipto .

El odio al que estamos asistiendo no tiene fronteras y tampoco le importa quién o quienes serán las víctimas. No se trata de un odio personalizado sino indiscriminado. Odio contra todo y contra todos. Y no están locos. El análisis de los circuitos neuroanatómicos del odio es motivo de estudio desde hace años, aunque la sabiduría popular ya lo había intuido antes, «del amor al odio solo hay un paso».

Porque, curiosamente, el odio y el enamoramiento comparten estructuras neuronales: un núcleo basal del cerebro, el putamen, y una determinada zona de la corteza cerebral, la ínsula. En esta última se pone en marcha el malestar que conduce a que aquel planifique y ejecute la respuesta agresiva. La diferencia es que, en el enamoramiento, se desactivan aquellas zonas cerebrales de las que depende el razonamiento. Literalmente, se pierde el juicio. Lo que no ocurre en la manifestación del odio.

Cuando se odia y se ataca al ser odiado, uno es plenamente consciente de lo que está haciendo. Así que ni están locos ni han perdido el juicio ; lo que si están es manipulados. Una manipulación orquestada y dirigida para crear y acrecentar ese odio indiscriminado en personas con un perfil susceptible de serlo. Los manipuladores han elaborado una doble estrategia: por un lado, la alimentación de un odio que ha llegado a convertirse en un monstruo pensante independiente.

Ya no son necesarios grandes planificaciones para cometer un atentado. Basta un cuchillo, un coche y el contacto de varios sujetos llenos de ese odio visceral. Por otro, la creación de un clima de terror entre la gente. Una simple caída de una barandilla en una plaza de Turín, mientras se veía la final del partido y tenemos más de 1.500 heridos, algunos muy graves. O imaginemos lo que podría haber pasado en la avalancha de la Semana Santa de Sevilla. Dos estrategias que, combinadas, resultan aterradoras. Pero contra ambas podemos luchar. Difícil y complicado, pero posible. No es fácil luchar contra el odio y contra el miedo pero, en ambos casos, podemos hacerlo si los enfrentamos todos juntos.

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