Tribuna libre

Nuestras playas necesitan espacio para respirar

Obras como el parque deportivo para la calistenia, en la playa Victoria de Cádiz, son un error, al estar en una zona atacable por el oleaje

Gregorio Gómez Pina

Después de mis dos anteriores artículos, –El olvido de las cosas del mar– y –Los puertos y las playas–, pretendo cerrar mi «trilogía de temas playeros» tratando de explicar por qué las playas necesitan espacio para «respirar» –si me permiten utilizar este símil– y las consecuencias a medio plazo que se derivan de no hacerlo.

Las playas necesitan espacio detrás: Como ya expliqué en el primero de mis artículos, las olas de los temporales de invierno, al subir y sobre todo al bajar, cogen la arena para formar las barras sumergidas. Estas barras –que no se ven– son las que hacen que las olas más grandes rompan alejadas de la playa, protegiéndolas, a costa, eso sí, de dejarlas con esos feos escalones de arena, que tanto alarman a la prensa todos los años.

Y, ¿qué pasa si ya no existen dunas? ¿De dónde cogen la arena? Pues de la parte de atrás más alta de la playa. Por eso, esa zona debe de estar lo más expedita posible. De ahí la importancia —y no lo tomen como un ‘castigo’ de la Ley de Costas de 1998 — de que en invierno no se coloquen chiringuitos en las zonas atacables por las olas de los temporales, ni de que se sitúen los paseos marítimos allí, ni de que existan edificaciones, ni accesos de hormigón fijos, ni incluso zonas de duchas que no sean desmontables… Pero voy a contarles algo nuevo, para que vean que no es un capricho. El efecto más negativo de las olas cuando remontan sobre la playa es siempre cuando retornan hacia el mar. Si se fijan, notarán que, en su vuelta, la lámina de agua arrastra arena en suspensión, que es rápidamente arrastrada por la corriente. Cuanto mayor es el caudal de agua que retorna, mayor será la arena que se pierde, como verán por la mancha marrón de arena que se forma. Si se fijan ahora un poco más, observarán que esa lámina de agua penetra por los poros de la arena –como si ésta estuviera ‘ respirando ’–. Dicho fenómeno se denomina «percolación», y es el que hace que cuando hagamos castillitos en la arena, aparezca pronto el nivel freático del agua del mar. Por tanto, y es fácil de comprender, si cuando suben y bajan las olas se permite que la playa ‘respire’, se arrastrará menos arena hacia el mar. Si por el contrario, existen zonas pavimentadas, chiringuitos, etc., el caudal de la lámina de agua al volver será mayor, pues no podrá penetrar por los poros de la arena. Así de sencillo. Además, si se ocupa esa zona de la playa, existirá menos volumen de arena disponible para formar esas barras protectoras sumergidas, en las que tanto vengo insistiendo.

No es una buena práctica entonces el que se «ponga de moda» –y se permita– la ocupación de la parte de atrás de la playa. Me trae a la memoria el llamado ‘Parque deportivo para la calistenia’ en la playa de la Victoria de Cádiz , una idea muy loable del Ayuntamiento de Cádiz para que los usuarios hagan ejercicio físico, pero ubicada en el sitio erróneo, al estar en una zona atacable por el oleaje, como se vio en los temporales de marzo. Y, sobre todo, por la forma de construirse, a base de cimentar la playa con dados de hormigón «puntuales» y «desmontables si fuera necesario». Todo ese entramado, tapado luego con la arena, impedirá que la playa tenga el mecanismo de defensa natural que les acabo de explicar. Ya una vez construido, sabemos que no se va a desmontar.

Querría acabar contestándoles a algunas cuestiones importantes que dejé en el aire en mi primer artículo –y que no las he olvidado–, relativas a la afección del cambio climático sobre las playas, sobre su mantenimiento y finalmente sobre si existe o no una política definida de actuaciones en nuestro litoral.

En relación con el futuro de nuestras playas por el cambio climático no voy a ser agorero, simplemente voy a contarles dos hechos fehacientemente demostrados, y clásicos en ingeniería de costas, para que luego ustedes mismos saquen conclusiones. El primero es sobre la llamada ‘Ley de Bruun ’, que nos dice que la elevación del nivel del mar hará que la costa alcance una nueva posición de equilibrio, pero a costa de retroceder. Ese retroceso se demuestra que será del orden de 30 a 50 veces dicha elevación. Si tomamos una cifra de sobreelevación del nivel del mar de 0,25 m en 50 años, nuestras costas podrían retroceder unos 10 a 12 metros.

El segundo es sobre el cambio en las direcciones de las borrascas, según han constatado los estudios de la Universidad de Cantabria. Dado que las playas se orientan a la dirección media del oleaje incidente, en las playas muy largas y rectilíneas (y hay muchas de ellas), habrá giros significativos, por lo que el retroceso será importante en uno de los dos extremos, aunque en el otro se forme más playa. Si hay edificaciones cercanas (que puede que sea lo normal), existirá un problema importante.

En resumen: los ordenamientos costeros deberán adaptarse al cambio climático . Habrá que ir pensando en políticas de retranqueo de determinadas zonas, que inexorablemente van a ser inundadas.

Sobre la política de conservación y mantenimiento de las playas, es obvio que en un país en que el turismo de sol y playa representa un 11,5 % del PIB, debería prestarse mayor atención a dicha política, y no haber reducido a la décima parte los presupuestos para estas partidas.

Finalmente, a la pregunta de que si existe un plan integral de actuaciones en el litoral, debo confesar que no lo conozco y añadir que no es buena norma el que las actuaciones se realicen, en buena parte, a golpe de «obras de emergencia». Debería existir un plan integral, consensuado por todos los partidos, y redactado con criterios técnicos y no políticos. En mi opinión, convendría que abarcase un periodo superior al de una legislatura, para que sea de obligado cumplimiento, gane quien gane. Experiencia y conocimiento existen, pero pónganse a trabajar rápido, señores políticos, y cuenten con nosotros, los técnicos.

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