Julio Malo de Molina - OPINIÓN

No ha sido un año cualquiera

Creo que todo cuanto ahora prevén unos y otros tampoco se va a parecer a lo que nos va a ocurrir

JULIO MALO DE MOLINA

Puede que cuando haya suficiente perspectiva histórica se diga que en 2015 comenzó un cambio sustancial, tanto en el conjunto del Estado Español, como en nuestra ciudad y en el área metropolitana de esa Bahía en cuya bocana se asienta cual barco de piedra según la acertada metáfora de María Teresa León. Pero sobre eso aún no se puede establecer pronóstico alguno, porque cambios se vislumbran pero nadie sabe si llegarán a cuajar, o si como sostienen los pesimistas todo volverá a ser como antes, tras este sarampión de propuestas alternativas. Poco antes de la muerte de Franco leí un libro en su primera edición francesa del prestigioso periodista Ramón Chao: ‘Aprés Franco, l’Espagne’ (París, enero de 1975), en el cual se relataban unas predicciones de reconstrucción democrática del país para nada semejantes a lo que poco después iba a suceder. Igualmente creo que todo cuanto ahora prevén unos y otros tampoco se va a parecer a lo que nos va a ocurrir y aún así he llamado pesimistas a quienes minusvaloran la sucesión de señales que preludian cambios de calado, pues más que de Aristóteles soy de Platón, quien defendía la necesidad de que todo fluya para provecho de la ‘koinonia’ o bienes comunes que en latín se dice ‘res publica’. Las recientes elecciones generales ya dibujan un panorama parlamentario bien diferente al diseñado en la Transición y reglado por la Constitución de 1978, hasta el punto que una notable mayoría de los diputados electos participan de formaciones que incluyen en sus programas un compromiso para reformar aquella Carta Magna. En Cádiz el cambio electoral se produce ya en las municipales del mes de mayo, en las cuales la derecha liberal que había gobernado la ciudad con mayoría absoluta durante veinte años se queda en sólo diez concejales frente a los quince que suman los grupos de izquierda socialdemócrata, con un descenso también del PSOE, la alternativa progresista en el sistema bipartidista configurado en 1978, y la sólida irrupción de una formación nueva que plantea una crítica global al sistema heredado de la Transición, sin olvidar a los dos concejales de Ciudadanos, otro grupo joven que también plantea cambios de modelo aunque desde posiciones liberales.

A los veinte años de gobierno conservador le sucede una coalición de la nueva socialdemocracia de Podemos y el grupo Ganar por Cádiz en Común, éste en torno a Izquierda Unida que siempre tuvo presencia en nuestro consistorio; y con el apoyo de un PSOE muy castigado por los electores, como ha ocurrido más recientemente en el ámbito estatal. Analicemos el modelo de ciudad que se encuentra el nuevo equipo municipal que a su vez supone describir el final del mandato de Teófila Martínez, quien apostó por proyectos fraguados ya en la etapa del socialista Carlos Díaz, en especial el soterramiento que produce una nueva avenida lineal sobre la trinchera de la vía férrea, si bien queda por resolver, tanto su conexión con los accesos desde San Fernando y con el puente Carranza, como las relaciones trasversales entre ambas avenidas: la antigua y la construida sobre el túnel ferroviario. Otro es el Puente del Bicentenario cuya tramitación comienza en 1991 y se inaugura por el nuevo alcalde el pasado mes de septiembre; una obra costosísima de dudosa prioridad como señaló en su día el Plan Intermodal de la Junta que quedó archivado y cuyo objeto era potenciar el transporte público que por entonces sólo representaba el 20% de los desplazamientos. El nuevo puente cierra un anillo sobre la bahía de sólo tres kilómetros de diámetro mediante dos tramos muy próximos y muchos cuestionan su necesidad para una ciudad que cuenta con 120.000 habitantes y ya tres accesos, si pensamos que Madrid dispone de once accesos, uno por cada 350.000 habitantes.

En los últimos tiempos Cádiz ha perdido población y grandes oportunidades, como la universidad y el tejido industrial, en un marco caracterizado por la ausencia de un entendimiento del marco metropolitano y las desafortunadas políticas portuarias. Creo que el nuevo consistorio entiende que el problema más acuciante es proporcionar un alojamiento digno a las más de tres mil familias necesitadas, acabar con la pobreza energética, y crear hogares de acogida para personas sin techo y en situación de exclusión social. También se precisa un plan de accesibilidad sostenible que priorice los recorridos peatonales, la red ciclista y el transporte público, con el objetivo a medio plazo de peatonalizar el paseo marítimo, y también el recinto intramuros para el cual debe conseguirse la Declaración de Patrimonio de la Humanidad que anteriores ayuntamientos han eludido por temor a los controles de la UNESCO. Otra asignatura pendiente es la recuperación de muchos edificios de enorme interés en estado de abandono como: Valcárcel, Náutica, Castillo de San Sebastián, Olivillo, e incluso Tiempo Libre ya en Puerta Tierra.

Todo cuanto cito se recoge en buena parte dentro del programa de la coalición que gobierna con el apoyo de los cinco concejales socialistas según acuerdo expreso que cerró la investidura del nuevo alcalde. Señalo dos actuaciones en ese sentido. Una de las más convenientes pasa por resolver la relación entre la trama urbana y los muelles, mediante intervención en esa área de contacto para recuperar la integración entre la ciudad y su actividad portuaria, especializada cada vez más en el tráfico de pasajeros y en los grandes cruceros, frente a las políticas de segregación y los desafortunados rellenos recientes. Esta intervención incluye urbanizar la plaza de Sevilla como umbral de la ciudad a la mar, para lo cual es preciso liberar el espacio entre ésta y los muelles mediante el derribo del edificio Aduana de 1959 que carece de interés y supone un estorbo para recuperar la antigua estación de 1890 ya rehabilitada pero sin uso. 

Otra actuación obligada nos sitúa en el marco mágico de La Caleta, uno de los espacios más atractivos del mundo a cuyas aguas se asoman bellos edificios abandonados. Es preciso recuperar una pieza tan bella como bien ubicada para la formación de profesionales de la mar a quienes una nefasta política de dispersión de la población universitaria arrojó a los pinares de Los Toruños. Así como el antiguo Hospicio de 1763, abandonado hace poco para una dudosa operación turística fracasada. El Balneario de La Palma debiera recuperar sus anteriores usos lúdicos vinculados al disfrute de nuestra playa más acogedora y popular, trasladando el mortecino Centro de Arqueología Subacuática al Castillo de San Sebastián y Avanzada de Santa Isabel, dos islas que emergen sobre la ciudad romana que cubrió las aguas cuyas arquitecturas militares del siglo XVIII debieron recuperarse con las intervenciones del Bicentenario.

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