Yolanda Vallejo - OPINIÓN

No más banderas

Las banderas siempre fueron una excusa, antes incluso de convertirse en símbolos intocables de los gobiernos

Yolanda Vallejo

Lo del perdón no forma parte de la naturaleza humana, que es mucho más bestia de lo que nos gusta pensar. El instinto nos lleva siempre por el camino más recto, el de la supervivencia que no se para a mirar al otro, sino que se hace fuerte en el intento de proteger nuestro propio territorio. Yo, me, mi y conmigo son los cuatro puntos cardinales de la zona de confort –me encantan la frases que no quieren decir nada- desde la que pretendemos dirigir el mundo. Y el perdón no está en nuestra hoja de ruta –otra que me encanta, y que tampoco quiere decir nada-, porque implica aceptar una debilidad que solo vemos, y queremos ver, en el espejo retrovisor. Nunca hemos sido de pedir perdón. Es por eso que la mayoría de las religiones, empezando por el cristianismo que es la que tenemos más cerca –o más lejos, según se mire- adoctrinan en ese sentido, perdonar al prójimo, perdonar porque no saben lo que hacen –que es como lo la hoja de ruta o la zona de confort-, perdonar a los que nos ofenden. Perdonar, que no es lo mismo que pedir perdón, no sé si me explico convenientemente.

Porque una cosa es perdonar, que es como situarse en un escalón más alto y sacar la varita mágica de lavar conciencias “yo te perdono”, -a Calígula le llegó a gustar tanto que perdonaba incluso a los leones en el circo- y otra muy distinta es pedir perdón. Ahí la cosa cambia. La historia –la que tiene memoria, y la que no- está llena de ocasiones perdidas de pedir perdón; de la expulsión de los judíos a la guerra de Irak, por citar solo dos, ponga en fila todos aquellos episodios en los que el hombre, lobo siempre para el hombre, no quiso pedir perdón, o si lo hizo, fue reclamando su parte. Yo pido perdón, pero tú también, por esto, por esto y por lo otro. El “y tú más” elevado a mandamiento.

Agustín Muñoz, el subdelegado del Gobierno en Cádiz, quería que el alcalde, José María González, pidiese perdón –siempre es así, es el otro el que tiene que pedir perdón- a la ciudadanía por el lío de la bandera tricolor. Y el alcalde, siguiendo la línea trazada por la humanidad, recordaba al subdelegado que eran ellos los que tenían que pedir perdón por una larga lista de despropósitos entre los que destaca el robo de los trescientos kilos de cocaína. Ahí lo tiene. “Pídeme perdón; po, pídemelo tú antes”. Como niños de colegio.

Porque verá. Lo de la bandera –además de ser muy cansino- es una excusa. Las banderas siempre fueron una excusa, antes incluso de convertirse en símbolos intocables de los gobiernos, “el pueblo las bordó con su ternura, cosió los trapos con su sufrimiento”, decía Neruda, y nosotros, que no somos de pedir perdón, hemos hecho de aquellos barros estos lodos donde nos tiramos los trapos a la cabeza. Y como auténticos toros entramos al trapo en cuanto nos lo enseñan. Lo de la bandera, y sobre todo, la rocambolesca historia de ahora la quito, ahora la pongo, no tiene ni pies ni cabeza, y usted lo sabe. Tiene solo los tentáculos del odio, de la ignorancia, de la confrontación y de la bronca que se han instalado tan cómodamente en nuestra sociedad, que a ver cómo nos deshacemos de ellos.

Esto de la bandera no es más que el estandarte de la delicada situación política por la que atravesamos. El Gobierno reprocha “la falta de gestión municipal”, el Ayuntamiento lo acusa de “haber utilizado las instituciones públicas para defender sus propios intereses”. Y mientras, lo que un día fue la bandera del país –no de un sistema de gobierno, no de una ideología, no de un partido- ha amanecido un día sí, y otro también, rota, tirada por los suelos, hecha jirones y arrastrada…¿Respeto es lo que se pedía? ¿neutralidad?

Las banderas siempre fueron una excusa, ya se lo dije. En este caso, para poner de manifiesto lo mezquinos que podemos llegar a ser. Unos y otros. Eso sí que no es nuevo. Tanta recuperación de la memoria histórica nos debería haber servido, al menos, para esto. Para darnos cuenta de que el perdón no está en la naturaleza humana, como sí lo están el rencor, la inquina, la fobia y esa manera de ser tan cainita como hispánica.

El perdón no está en la naturaleza humana y este año, tampoco ha estado el Perdón en la madrugada gaditana. Por lo mismo que lo de la bandera, por la prepotencia de unos y la poca correa de otros. Porque hablamos la misma lengua, pero no hablamos el mismo idioma, y así, no hay quien se entienda.

Un mañana, “un anciano” según los titulares, –la antigüedad deber ser un grado en lo del vandalismo- arrancó la bandera y la revoleó hasta el suelo. Otra mañana, el Consejo de Hermandades y Cofradías amaneció lleno de pintadas con insultos y alusiones a las tres de la madrugada. Nadie ha pedido perdón, evidentemente. Son gamberradas, decimos, y miramos para otro lado, que siempre fue más fácil dar capotazos que coger al toro por los cuernos.

Y así nos va. Hoy es una bandera, mañana es un pleno municipal, y pasado puede ser cualquier cosa. Ya lo dijo Blas de Otero “no más patrias, por favor / no más banderas. No más historias falseadas / por el rencor de los mediocres. / No más futuros inventados / por los fabricantes de caínes”.

Definitivamente, en este país, lo que hace falta es más poesía.

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