TRIBUNA

Las niñeras de Bahía blanca

La terrible explosión del polvorín de San Severiano, el 18 de agosto de 1947, vista a través de los ojos de Regla Quintero, que trabajaba en una casa cercana

Regla, en el año de la tragedia. L.V.

José Antonio Aparicio Florido

En la avenida López Pinto, sobre el mismo solar en que luego se edificaron los Sindicatos, una jovencita llamada Regla Quintero se levantó de la cama con la intención de derretirle un poco de cacao caliente a la hija mayor del capitán González, quien, de ... la mano de su esposa, la señora Echarte, había salido a pasear por las calles del centro de la ciudad. El matrimonio tenía tres hijos, dos hembras y un varón –al decir de aquellos tiempos–, a los que habían dejado en su casa ya acostados bajo la custodia de la niñera y la cocinera. En la tranquilidad y sosiego de aquel rincón solitario de Puertatierra, lo único que se podía escuchar era el murmullo de las olas de Santa María del Mar, que en las tormentosas noches de invierno hacían retumbar las paredes de la casa como por efecto de un lejano y suave terremoto. En la penumbra, dos sombras se movían lentamente por los pasillos. Una de ellas era Regla, la niñera, que con la chiquilla mayor del capitán caminaban casi de puntillas, como flotando sobre sus pies, para que el capricho de la cría no se le acabara antojando también a los otros dos hermanos: un buen cacao caliente bien merecía el riesgo de ser descubiertos. Hasta la entrada de la cocina todo fue bien; pero una vez allí, cuando la niñera apoyaba su mano sobre el marco de la puerta, un brillante resplandor se coló por las ventanas. «¡Ay, Dios mío! ¿Otra vez se habrán acordado de nosotros?». Regla rememoró de pronto los inicios de la guerra, cuando el Almirante Valdés y el Miguel de Cervantes, también un mes de agosto, dispararon sus bombas sobre la Caleta y la Alameda; cuando fusilaron al entenao de su tía con apenas veinte años. «¡Chele no vayas a salir!, por favor». «¡Tranquila, vieja, no te preocupes! ¡Solo voy al baile!». Y salió en dirección a San Juan de Dios, donde alguien desarmó a un guardia. Fue la misma tarde en que saltó el Movimiento. Lo cogieron, a él y a otros más, y le llevaron a la Cárcel Real, donde Regla todos los días le llevaba la comida y él le regaló un canastito en miniatura para que siempre se acordara de él. Lo mataron el 22 de enero de 1937, a las seis de la tarde.

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