Nico Montero
El último asalto de Trump
En un país con 400 millones de armas, da vértigo la admiración de tantos adeptos que siguen y no cuestionan a su líder
'Asalto al Capitolio’ sería perfectamente el título de un film de la industria americana, aderezado con tramas indignas propias de las cloacas de un Estado, con conspiraciones a varias bandas, y mucha, mucha acción, protagonizada por estrellas de Hollywood. Sin embargo, no es el ... caso. Había que frotarse bien los ojos ante los noticiarios para tomar conciencia de que el Capitolio de Washington estaba siendo asaltado, mientras se desarrollaba la sesión plenaria más importante de las posibles. Al tiempo que la Cámara de Representantes y el Senado realizaban una sesión conjunta para confirmar la victoria de Joe Biden, miles de seguidores de Trump irrumpían en el Capitolio como unos auténticos vándalos. Algunos eran Proud Boys, el grupo de supremacistas blancos al que Trump alienta. Pero muchos, y esto preocupa, eran ciudadanos corrientes, personas enfurecidas que sienten se les ha usurpado la constitución.
El templo, símbolo de la democracia más antigua de la modernidad, había sido ultrajado, y con ello, la insurrección pretendía quebrar sus procesos y sus reglas. Entraron en el Capitolio rompiendo una ventana, metáfora de la fragilidad de toda democracia, si no se cuida y protege. Se trata de un hecho histórico (la democracia de Estados Unidos jamás había vivido algo parecido) y también de un aviso al resto de democracias mundiales.
Trump ha alimentado con mentiras y empecinamiento el relato del robo de las elecciones, generando entre sus seguidores un espíritu colectivo de desafección hacia las instituciones. Es el caldo de cultivo perfecto para un populismo mesiánico, que enarbola la bandera de la rebelión conservadora, poniendo en práctica el ideario de Trump para recuperar un poder que se aprecia arrebatado. No conviene pasar por alto que ciertos medios de comunicación llevan cuatro años alimentado las distorsiones y las falsedades. De aquellos barros estos lodos.
No es para tomar a la ligera lo que está ocurriendo. Trump cuenta con 74 millones de votantes y 89 millones de seguidores en Twitter. ¿Tantos millones de personas están equivocadas? Salvo algunas voces, sorprende el silencio republicano de tantos senadores y congresistas hechizados por Trump. En un país con 400 millones de armas, da vértigo la admiración de tantos adeptos que siguen y no cuestionan a su líder.
¿Cuál es el objetivo de Trump? Creo no equivocarme al pensar que ha incendiado y avivado las llamas de la crispación como el arranque necesario de su nueva campaña electoral. Donald Trump no puede ni quiere asumir el papel de perdedor. Toda esta vergonzosa tangana es una estrategia para quitarse de encima la etiqueta de «perdedor» y aceptar una más ventajosa, la de «víctima» de un injusto robo. Mejor ser mártir de la causa conservadora de Estados Unidos que ser un vencido. Así, podrá alimentar su particular parusía, la segunda venida de su liderazgo mesiánico y escatológico.
Durante el asalto Trump fue detrás en todo. El presidente vigente no llamó a la calma por televisión y cuando compareció, volvió a repetir otra vez el mantra del robo. Joe Biden tuvo que tomar la iniciativa y adelantarse, con sus intervenciones y llamadas a la calma, a la investidura del próximo día 20 de enero. Algunas voces piden que se articule la aplicación de la enmienda 25 de la Constitución de los Estados Unidos, que autoriza al vicepresidente y a la mayoría del gabinete a declarar al presidente «no apto» para ocupar el cargo. A dos semanas de abandonar la Casa Blanca parece no tener sentido, pero lo ocurrido no puede quedar impune. Mientras se resuelve el futuro de Trump, la papeleta que le queda a Joe Biden no es moco de pavo: Enfriar la elevada temperatura del clima social, desarmar la polarización beligerante y construir lazos que vertebren la unidad que se ha malogrado en los desunidos estados de América. Buena suerte, presidente Biden. Ojalá éste haya sido el último asalto de Trump.
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