Nico Montero
Triduo a Juan Carlos Aragón
Hoy te celebro y te recuerdo, y me quedo con todo lo vivido juntos, imágenes que atesoro en la memoria del corazón
En tres días se cumple el segundo aniversario de tu repentina partida, tan injusta y traicionera como la mala suerte. Así es la muerte, siempre canalla e indolente, maldito descanso en paz. Hoy, como si de un triduo se tratara, te celebro y te recuerdo, ... y me quedo con todo lo vivido juntos, imágenes que atesoro en la memoria del corazón. Ambos estudiamos en salesianos, y luego hicimos la carrera de filosofía, aunque no nos conocimos en esta etapa. Pero como lo nuestro era inevitable, en 2001, un servidor era Jefe de Estudios del Telegrafía y a él lo destinaron a mi centro para tareas administrativas. Así que lo nombré mi ayudante, le puse una mesa junto a la mía y ese año fue mi compañero de trinchera. Tal y cómo se presentó, le invité a un café. El se percató de que yo no tenía ni idea de carnaval y no sabía que era el afamado autor de carnaval... y él tampoco sabía de mi trayectoria en la música espiritual en España... todo eso marcó el inicio de una amistad sincera, que se fue convirtiendo en admiración y cariño mutuo, amistad incondicional durante 20 años, lejos de toda la farándula y el ruido que siempre le acompañó.
A partir de ahí, tardes inolvidables de tertulia, él a la guitarra, yo al piano, tardes de confidencias. Detrás de la pose de rebelde, descubrí un ser humano lleno de fragilidad, sensibilidad y tremendamente tierno. El Juan Carlos del que os hablo no es el poeta ni el autor, es el amigo, el hijo, el esposo, el padre, el ser humano entrañable. Mi amigo tenía un corazón que no le cabía en el pecho. De una generosidad desbordante. Recuerdo aquel 31 de diciembre de 2003. Esa tarde me llamó para felicitarme el año nuevo y me preguntó que con quién me tomaba las uvas. Le dije que me tocaba comerlas solo, la vida había dado un giro y todo me cogió con el pie cambiado... El me dijo que en absoluto: «Vente a mi casa, con mis padres... este año nos comemos las uvas juntos». Así fue, su familia que desde entonces es la mía, me acogió en su casa. Nos dieron las tantas celebrando la vida.
Son muchos los matices que enriquecen su persona. Era un gran lector. Hombre apasionado, pero reflexivo, con un gran sentido crítico. Su humor exquisito y golfo, manejando la ironía con la sabiduría de quien domina las palabras. Su compromiso político y social. En los últimos años, con la complicidad de Luisa, había sido capaz de reinventarse a sí mismo y transformar todo lo que no le gustaba de sí. Se aferró a la vida, al deporte, a su dimensión de esposo, de padre, de autor… e inauguró su mejor etapa en todas las facetas de su vida.
Juan Carlos fue un hijo que sintió devoción por sus padres. Se sentía muy orgulloso de Juan y Estrella, que siempre fueron referentes y un faro en cada etapa de su vida. Ya solo nos queda Juan, mi padre adoptivo, un hombre extraordinario y entrañable. A todos sorprendía nuestra amistad. El, catalogado como ateo beligerante, y yo como creyente. Tan distintos y tan grande el respeto. Creo que siempre estuvo buscando a Dios. Un día me dijo que se casaba, «Queremos que la prepares y nos cantes». Preparamos una preciosa boda con la complicidad del Padre Antolín, tan querido por Juan Carlos. Recuerdo aquellos ensayos en mi casa, como si fuera ayer. El sentía una gran atracción por Jesús de Nazaret. Aquel Jesús que echó a los mercaderes del templo, que anduvo con pecadores, que se enfrentó a los poderosos, que puso a los pobres en un lugar preferente. Ese Jesús revolucionario y con melenas, tiene mucho que ver con Juan Carlos.
Se nos fue en su mejor etapa. Quizá, porque así lo teníamos que recordar. Y así lo haremos. Querido Juan Carlos, ahora que por fin eres inmortal y nadie te ha condenao, derrama sobre nosotros serpentinas y papelillos para que la tierra nos sea leve, y en tu ausencia, brote la esperanza, en tanto nos volvemos a encontrar. Amen.