Opinión
¿Sabéis dónde lo han llevado?
«Hermanos, ¿Sabéis donde lo han llevado? Os hablo de Jesús, el nazareno, al que ayer noche apresaron»
Hermanos, ¿Sabéis donde lo han llevado? Os hablo de Jesús, el nazareno, al que ayer noche apresaron. Ando buscando calle arriba y calle abajo, en las esquinas y en los rellanos. Ando buscando, desconsolado, a Jesús, el nazareno, mi maestro, mi amado. Hermanos ¿Sabéis dónde ... lo han llevado? Tened misericordia de este apóstol atribulado. ¿Cómo osaron ponerle encima las manos? ¿Cómo pudo Dios permitir este agravio, si Él jamás causó ningún daño? ¿De qué acusarán a mi Señor, si en Él no encontrarán un solo pecado?
Vuelvo mis ojos al pasado y recuerdo con todo detalle cuando nos encontramos. Yo andaba recogiendo las artes, después de una dura jornada remando mar adentro, sorteando marejadas en el mar de Galilea, testigo de mis andanzas. Escuché mi nombre y alcé la mirada. Sus ojos se clavaron en mi alma y sus palabras golpearon mi pecho removiendo mis entrañas. Me dijo: «Sígueme y te haré pescador de hombres». Al principio no entendí nada. Sencillamente me dejé llevar, como las orillas se dejan acariciar por el vaivén de las olas y la sal. El tiempo fue resolviendo la fortuna del encuentro y fui comprendiendo el misterio de mi Señor: la encarnación de todo un Dios hecho pobre y pequeño, carne como yo.
Ayer, al caer la noche nos sentamos junto a Él. Algo en mi corazón me hacía intuir que podría ser la última vez. Me invadió la pena, sentí que era nuestra última cena. El maestro lavó nuestros pies. Nos dijo que así había de ser, y que Él no ha había venido a reinar, sino a servir con humildad. Recuerdo cuando llegó a Jerusalén, todos le aclamaban como Rey: ¡Hosanna al Rey de Israel! con ramas de olivo gritaban a sus pies... Jesús, en un pollino, era de todo, menos un Rey. Anoche todo lo entendí. El Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir. ‘Mi reino no es de este mundo’, Jesús solía decir «Quien quiera ser el primero, en el último se ha de convertir». Y con la copa en la mano, y con el pan ofrecido, bendijo el pan y bendijo el vino, y nos sació el hambre y la sed como nunca habíamos sentido. Después de la sagrada Cena, Jesús se dirigió al huerto, que llaman de los olivos, que yo llamo de los lamentos. En sus ojos, la pena. En su rostro, el desaliento.
Nunca lo había contemplado así, ni Mateo, ni Marcos, ni Pedro. Su mirada proyectaba un dolor intenso, incapaz de contenerlo. Amargura, tormento. La noche se hizo más oscura, el frío se hizo más intenso. Se detuvo el tiempo. Se hizo el silencio... Hermanos, ¿Sabéis dónde lo han llevado? Os hablo de Jesús, el nazareno, al que ayer vilmente apresaron. Resucitó a Lázaro de entre los muertos. Fue el pan de los hambrientos. Multiplicó la solidaridad con la fuerza de sus gestos. Curó a leprosos y ciegos, fue consuelo en los tormentos. Se enfrentó a los poderosos y a los mercaderes del templo. ¿Quién se atreve a condenar y atravesar con su lanza a quien fue para su pueblo bienaventuranza? ¡Hermanos, lo han matado! ¡Mi señor, Jesús, Crucificado! De sus vestiduras, despojado. Su cuerpo, bendito y sagrado, golpeado. Sus manos y sus pies, sangrantes y atravesados. Hay una herida en su costado, y mi señor yace en la cruz, abandonado. Jesús, el Rey de reyes, con espinas coronado.
Derribó las mentiras que pesaban como losas, y enseñaban en los templos los maestros de la ley, que con soberbia y mucha pompa, gritaban a los vientos que Dios es justiciero, temible con su grey. Lo suyo fue una revolución. Nos mostró el rostro de un Dios que es Padre, que nos quiere con ternura y nos ama con pasión. Por su fe, salvó al esclavo de aquel centurión. Convirtió el agua en vino cuando María lo pidió. Multiplicó los panes y los peces, y anduvo sobre las aguas calmando tempestades… hasta los mares le obedecen. Jesús, el pan bajado del cielo, alimento de su pueblo, de los que buscan consuelo en su sagrado corazón. Jesús, el hijo de Dios vivo por quien todo cobra sentido.
¡Pueblo que ahora lloras, no mires a otro lado, que también tú a Cristo has crucificado! Cuando no hay amor en tus calles y en tus casas, cuando hay odio entre hermanos, no mires a otro lado, que también tú a Cristo has crucificado! ¡Cuando no hay perdón ni tolerancia, no mires a otro lado, que también tú a Cristo has traicionado! ¡Cuando no hay misericordia y solidaridad, no mires a otro lado, que también tú a Cristo has abandonado! Salgamos a las calles, hagamos penitencia, encendamos los candiles, los cirios y las velas. Pidamos a Dios Padre que derrame la gracia de la salvación, y que salve a Jesús de la muerte con la fuerza de su amor. Pueblo que ahora lloras, carguemos con las cruces de quien sufre tanto a solas. Que retorne la alegría y se haga fuerte la esperanza, que la noche se haga día, y la luz brille anunciando la victoria de la Resurrección.