El riesgo de vivir en ‘modo Selfie’
El botín de hacerse un selfie muy arriesgado es incrementar la valoración social, la sensación de reconocimiento y éxito con cada like que se recibe
Hace dos días saltaban las alarmas en los telediarios y los noticiarios ponían el acento en un problema cada vez de más calado y con más tragedias en su haber: los selfies mortales. Un estudio epidemiológico reciente, que se publicará próximamente en ‘Lee Journal of ... Travel Medicine’, llevado a cabo por una organización científica española, revela que en lo que va de año ha muerto en el mundo una persona a la semana por sacarse fotos en lugares arriesgados. El estudio concreta que los países que más fallecidos ha registrado son India, con 100, Estados Unidos (39) y Rusia (33), en una lista formada por más de 50 Estados y en la que España, con 15, comparte el sexto lugar junto a Australia. India, con sus 800 millones de celulares, tiene el récord mundial en muertes. El hecho de que tantos jóvenes en India murieran, llevó al país a establecer ‘zonas libres de selfies’, dieciséis de ellas en Bombay.
¿Qué está pasando por la cabeza de tantos jóvenes y adolescentes? Tras este drama creciente, se vislumbra una relación problemática y enfermiza con las redes sociales. En éstas, se premian los contenidos más extremos. El botín de hacerse un selfie muy arriesgado es incrementar la valoración social, la sensación de reconocimiento y éxito con cada like que se recibe. Esto lleva a algunos jóvenes a adentrarse en nuevas rutas de búsqueda en las que superar los límites de la cordura, para abrazar una locura temeraria que termina desembocando en una trampa mortal, una ruleta rusa donde jugarse la vida en pos de las ansiadas recompensas. Las imágenes al borde de precipicios, o tumbados en las vías mientras el tren avanza a toda máquina, se han convertido en una forma rápida de obtener un reconocimiento inmediato y superficial.
Cuando viajamos, la obsesión por hacernos fotos no nos deja disfrutar ni del paisaje, ni nos permite saborear con conciencia la belleza que nos sale al paso. Más de una vez, hemos tenido la tentación de dejar el móvil en el hotel para salir en libertad y disfrutar sin esa pesada carga de tener que posar en cada rincón o hacer de improvisado y sufrido fotógrafo. Y todo por el postureo en las redes, y acumulando fotos y más fotos que terminarán en alguna nube. Estamos tan preocupados por inmortalizar cada momento, que nos olvidamos de disfrutar del momento en sí, y de abrir todas las puertas y ventanas de nuestros sentidos, creando recuerdos inolvidables en nuestra memoria, sin duda el mejor PC para guardar instantes de felicidad.
Quizá la obsesión por los selfies de esta generación, sea síntoma de una enfermedad más grande: un narcisismo agudizado que nos hace poner el foco en nosotros, alimentando un yo voraz que no se sacia. Nos focalizamos con tanta determinación, que perdemos la perspectiva del otro, acortando nuestro campo vital de visión y nuestra capacidad de empatía. Vivimos en tiempos de mucha literatura de auto-ayuda, y nos salen al paso muchas propuestas físicas y espirituales para cuidar nuestro propio YO, y no es que uno no deba quererse, pero cuando el amor propio se torna en exclusivo y obsesivo, es para mirárselo.
Cuando vivimos en ‘modo selfie’, todo lo que nos pasa nos enreda en un círculo vicioso y nos atrapa en nosotros mismos, encerrándonos en un soliloquio de pensamientos, con una atmósfera de asfixia y hartazgo, que precisa algún ansiolítico para encontrar la calma. La mejor terapia para superar el exceso de referencia a uno mismo, es precisamente, salir de uno mismo y abrazar la solidaridad cotidiana como opción vital. Cuando nos miramos tanto el ombligo y nos convertimos en el centro del universo, recorremos peligrosamente la ruta del individualismo y los senderos de la la indolencia. Se hace urgente cambiar la cámara de posición, girarla 180º y poner el foco en los otros, abrir los ojos a otra forma de mirar, ocuparnos de las personas y realidades de nuestra circunstancia. Cuanto más integremos el yo en el nosotros con una decidida responsabilidad, menos soledad, menos individualismo, y más fraternidad compartida.