Hasta siempre, José María Cabanes

Pertenecía a esa vieja guardia de profesorado que en los años 70 y 80 forjaron centros educativos que hoy son una realidad gracias al tesón de quienes entonces se dejaron la piel

Cuando muere un docente, algo de nosotros se va con él y algo de él se queda en nosotros para siempre, grabado a fuego, co-mo herencia intangible, pero real y presente como la vida. Hace unos días, la muerte nos arrebató por sorpresa a ... un gran hombre, un ser humano excepcional, José María Cabanes. Pertenecía a esa vieja guardia de profesorado que en los años 70 y 80 forjaron centros educativos que hoy son una realidad gracias al tesón de quienes entonces se dejaron la piel.

En 1986 se creó el Instituto de Formación Profesional número 1, que luego se llamó Bahía de Cádiz, y hoy, Fernando Aguilar Quignon. El profesorado y gran parte del alumnado provenía del Corralón, de aquel Politécnico ubicado en el barrio de La Viña, para tomar posesión de un gran centro educativo de 17.000 metros cuadrados en los terrenos de la Telegrafía sin Hilos. Con las vías del tren a la espalda, el viejo estadio Carranza a un lado, el puente sobre lo que es ahora la avenida ciudad de la Coruña, al otro, y por delante, una gran explanada de tierra que en días de lluvia era un lodazal, el instituto era una estructura de tres plantas que se alzaba en tierra de nadie, en una zona condenada al ostracismo, y dedicada a exhibiciones de motocross, o la llegada del circo.

Pepe fue nombrado director. El edificio presentaba numerosas deficiencias, y había que subsanar errores de construcción, habilitar espacios, colocar toda la maquinaria y el mobiliario escolar… Un trabajo ingente para poner en marcha un centro pensado para 1200 alumnos que en dos años tenía 2.000 alumnos y más de 150 profesores y profesoras. Con mucha dedicación y una cabeza muy buen amueblada, y con la colaboración de grandes docentes, muchos de ellos ya desaparecidos, el Instituto comenzó su andadura. En tres años como director, Pepe gestionó, no sin dificultades, la gran tarea de poner en funcionamiento la aldea educativa más grande de Cádiz.

Su capacidad y sus dotes estratégicas para confeccionar horarios, fue muy valorada en los equipos directivos siguientes, de manera que con tres directores posteriores fue nombrado vicedirector: con Emilio Barcala, con Fernando Aguilar, quien da nombre al centro, y por último, con quien escribe. En total, 20 años como vicedirector, siendo pieza clave del desarrollo del IES Fernando Aguilar, convertido ahora el centro con mayor oferta de FP de la capital y muy valorado y estimado por las familias de ESO y Bachillerato. En esos años, Pepe desarrolló una labor muy necesaria en los centros: la capacidad de escucha activa.

Su puerta siempre abierta, una sonrisa, un buen consejo, una orientación, un trato exquisito… Convirtió su despacho en una estancia por la que pasaba el profesorado que necesitaba ser escuchado, o simplemente, recibir una palabra acertada proveniente de alguien creíble y cabal.

Profesor de Física muy querido, siempre atento al alumnado con más dificultades, no dudó en aprender un poco de chino para conectar con aquel alumno que nos llegó sin saber nada español, que tras muchas horas de trabajo con Pepe, logró acabar sus estudios.

Ha sido un luchador toda su vida. Tuvo que hacer frente a una dificultad constante para caminar, a cuenta de la polio sobrevenida en su infancia. Por eso, en el mar se sentía en libertad, y era un grandísimo nadador. Tras jubilarse, se dedicó aun más a su familia, sus nietos eran su gran debilidad. Abuelo entrañable y educador, esposo, padre e hijo excelente. Se nos ha ido muy pronto, sin sentido, pero con mucha dignidad y una gran generosidad que le llevaba a estar más preocupado por su familia que por su repentina enfermedad. La tierra pierde un hombre excepcional, el cielo gana con creces.

Gracias, Pepe. Tu legado no caerá en el olvido. Ha sido un honor ser tu amigo, tu compañero, y tu yerno.

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