Nico Montero
Graduados en tiempos de pandemia
Si el profesorado y el alumnado han superado este reto con excelencia, las familias no se quedado atrás
El curso pasado muchas hornadas de niños y adolescentes finalizaron sus etapas educativas por la puerta de atrás. No tuvieron la oportunidad de celebrarlo con las ceremonias, siempre emotivas y necesarias, de las graduaciones. Durante este mes de junio, los actos de graduación han vuelto ... a los centros. Con todos los protocolos, se ha recuperado una tradición muy significativa para las comunidades educativas, un momento cargado de simbolismo y emociones en el que se celebra y se pone en valor el esfuerzo del alumnado, la corresponsabilidad de las familias y la impagable labor de los docentes. En definitiva, se levanta acta de la vida compartida durante muchos cursos académicos, una historia conjunta tejida por los éxitos y también por los sinsabores que marcaron el camino de todos y de cada uno.
Hoy más que nunca son justas y necesarias las graduaciones que se desarrollan por toda nuestra geografía, desde el último pueblo manchego a la capital más cosmopolita, desde el humilde colegio de barrio a la escuela más elitista. En tiempos de una gran desafección de la los jóvenes por las cuestiones sociales o políticas, preocupados más en estar al día de lo último en tik tok y dedicados en cuerpo y alma al consumo de las nuevas tecnologías, quién nos iba a decir que esta pandemia colocaría a los adolescentes y jóvenes en su hora más transcendente. Con esta pandemia llegó la hora de poner en valor una actitud vital, tantas veces apelada, tantas veces reclamada y siempre por estrenar: La responsabilidad.
Después de seis meses alejados de la escuela, al fin volvían para reivindicar un espacio que es mucho más que un lugar, es una casa, su casa. Con mucha imaginación y creatividad, los equipos directivos diseñaron planes y protocolos, creando espacios seguros e inspirando la confianza de las familias. En esta encrucijada, el profesorado y el personal de administración y servicios, tuvo que tragarse el miedo y sobreponerse al lógico respeto que da encerrarse en discretas y pequeñas aulas con 25 o más alumnos durante jornadas de 5 o 6 horas diarias. Era el momento de volver a asumir la enorme tarea y responsabilidad social de los maestros y maestras de escuela, los profesores y profesoras de aquí y de allá, echándose a las espaldas la custodia mañanera de tantos niños y niñas, adolescentes y jóvenes, en tiempos de pandemia.
Ha sido sorprendente lo bien que lo ha llevado el alumnado de todas las edades y niveles. Son los que más esfuerzo han tenido que hacer, porque en pleno crecimiento, cuando más explosivo se es, han tenido que canalizar toda su energía, primero en un confinamiento, después en las rutinas cotidianas de los centros educativos. Desde el minuto uno, fueron disciplinados y obedientes. Aceptaron soportar la larga jornada escolar con sus mascarillas, respetando los protocolos, las distancias, asumiendo recreos sin juegos, sectorizados y separados. Y en el frío invierno, cuando las ventanas abiertas se convertían en un insufrible castigo, lo sobrellevaron con deportividad.
Si el profesorado y el alumnado han superado este reto con excelencia, las familias no se quedado atrás. Han tenido que superar los miedos iniciales, humanos e involuntarios, y confiar en los centros y en los docentes. Sin duda, los centros educativos han sido el gran motor que ha generado mayor disciplina social. Los hábitos inculcados en la escuela han transcendido a ésta y han consolidado rutinas y valores que han sido asumidos por la mayoría de los alumnos en su vida diaria. Y a su vez, se han proyectado a las familias, a los barrios, a las ciudades, como una red de transmisión de valores que asienta su caudal en todos y en todo lo que hacemos. Graduado, te ganaste la mejor de las becas, y el mayor diploma, nuestro eterno agradecimiento.