¿Cómo estás?
Hay que rebelarse contra la dictadura de la incomunicación, dar un golpe en la mesa y volver a poner a las personas en el centro de nuestra existencia
Suena el despertador, saltamos de la cama como autómatas, empujados por la inercia de las horas, al ritmo del minutaje mañanero que nos empuja en una fatigosa cuenta atrás para iniciar la nueva jornada, que algunos soportan a golpes de café y otros con resignación ... y pasos acelerados, en el maratón existencial de la rutina.
El ritmo vertiginoso de los días puede provocar espejismos, sucedáneos de conciencia de uno mismo y una comprensión de la realidad poco madurada, de manera que nuestro desarrollo acelerado de la vida provoque que andemos ocupados en una maraña de tareas y retos cotidianos, dirigidos por el piloto automático del activismo que no permite el sosiego de pensar la vida y dar cuenta de ella.
Cuando nos adentramos en esa confusión de vivir arrastrados por la corriente del estrés cotidiano en el que hemos convertido esto de vivir, corremos el riesgo de perder el horizonte, y también las raíces, y en ese preciso momento, perdemos la identidad, y nos abandonamos a la suerte de la mediocridad y la tibieza vital, antesala del sin sentido. Lo primero que se resiente en esa premura existencial es la escala que delimita lo que es lo importante y lo que no lo es, y se produce la nebulosa que nos hace confundir las prioridades, poniendo en valor lo que no lo tiene y ninguneando lo que sí.
En esa encrucijada, se produce la primera gran traición a nosotros mismos. Tal es la confusión, que nos olvidamos de quienes nos rodean, de quienes nos aman y a quienes amamos, de quienes comparten con nosotros cada día la aventura de la vida. Cuando asumimos el credo imperante y colocamos las cosas, el éxito, el prestigio, o el dinero, por encima de las personas, es síntoma de que andamos perdidos y abrazados al imperio globalizado del consumo atroz y deshumanizado. Aún hay algo peor en el siguiente escalón, si llegamos al punto de cosificar a las personas y percibirlas como artículos reemplazables cuando ya no nos satisfacen.
Hay salida. Es urgente regalarse un respiro y tomar conciencia de la vida en su conjunto, proyectándola con realismo y valor. Es preciso incorporar nuevos hábitos y desaprender la mala educación para girar 180 grados y poner el foco en lo que nos hace felices con solvencia. A pesar de la híper-conectividad en redes sociales, la soledad es una de las enfermedades de nuestro tiempo que más ansiedad y tristeza ocasiona. Vivimos horas donde hay mucho ruido y poca comunicación, muchos likes y pocas relaciones profundas, muchos seguidores y poca amistad de calado.
¿Cuándo fue la última vez que preguntaste a alguien cercano, a tu pareja, o tu amigo, tu hijo o tu hermano, tu vecino o tu frutero… tu madre: ‘Cómo estás’? Dos palabras mágicas que nos hacen salir de nosotros mismos y atravesar el muro de las prisas que nos tornan distantes y deshumanizados. Dos palabras que son puente, oportunidad, una ocasión para mirarnos a los ojos y conectar. Dos palabras, solo dos palabras, que el ritmo de la vida nos arrebata y no nos deja pronunciar.
Hay que rebelarse contra la dictadura de la incomunicación, dar un golpe en la mesa y volver a poner a las personas en el centro de nuestra existencia. ¿Acaso hay algo más importante? La persona es siempre lo primero, y primero se es persona, antes que cualquier otra consideración. Hay que permitirse un respiro de la programación y carta de ajuste que nos gobierna. Hacer de nuevo el equipaje las veces que sea necesario. Soltar lastre. Vaciar alforjas. Saborear la vida. Vivir, solo eso, vivir. Querido lector: ¿Cómo estás? Sea como sea, aquí tienes un compañero de viaje.
Ver comentarios