Carlitos

Las personas resilientes no nacen, se hacen, lo cual significa que han tenido que luchar contra situaciones adversas o que han probado varias veces el sabor del fracaso y no se han dado por vencidas

Soy amante del tenis desde hace muchísimos años. En la primera década de este siglo, cada quincena, jugaba un partidito de tenis con mi querido Juan Carlos Aragón. Luego, en los últimos años, comenzamos a flirtear con el Pádel, aunque sabíamos que nuestra pasión era ... la raqueta y no la pala. El fervor a este deporte me vino con 18 años de la mano de Arantxa Sánchez Vicario, cuando en aquel inolvidable verano del 89 se hizo con su primer Roland Garros. Recuerdo perfectamente aquella tarde del 10 de junio de 1989. Estaba a punto de llegar el verano que traía consigo el principio del fin del Muro de Berlín. El mismo verano en el que nos empeñamos en cantar aquella emblemática canción de «aquí no hay playa», y se puso de moda la lambada.

Arantxa tenía en ese momento 17 años y otro muro que derribar, este con forma de mujer y halo de invencible por aquel entonces. Steffi Graff venía de ganar en el mismo año el Open de Australia, Roland Garros, Wimbledon y el Open USA (el conocido como Golden Slam), además de vencer en la final olímpica de Seúl 88 a la argentina Gabriela Sabatini, convirtiéndose definitivamente en una de las mejores jugadoras de todos los tiempos. Un muro demasiado alto. Nadie se esperaba que la final terminase con victoria de Arantxa. Excepto ella. Un resultado que convertía a la tenista barcelonesa en la primera española en ganar un torneo del Grand Slam.

Luego, más de una década después, y tras otros grandes nombres del libro de oro del tenis mundial, tanto nacionales como internacionales, llegó nuestro Rafa Nadal, uno más de la familia, que por cierto, aún no se ha ido, en absoluto, y con él hemos vivido y seguimos viviendo una borrachera de tardes inolvidables, de épica homérica construida con bolas imposibles, restos sublimes, resistencia heroica y capacidad de superación sin límite, digna de un ser extraordinario.

Todo llevado con un alto grado de humildad, honestidad y la elegancia ‘rogerfederiana’, digna de los campeones de altura. Nadal es el arquetipo de los grandes valores como el esfuerzo, la superación y la resiliencia. Según la RAE la resiliencia es la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos. No es una cualidad innata, no está impresa en nuestros genes, aunque sí puede haber una tendencia genética que puede predisponer a tener un «buen carácter».

La resiliencia es algo que todos podemos desarrollar a lo largo de la vida. Todos podemos ser resilientes, siempre y cuando cambiemos algunos de nuestros hábitos y creencias. De hecho, las personas resilientes no nacen, se hacen, lo cual significa que han tenido que luchar contra situaciones adversas o que han probado varias veces el sabor del fracaso y no se han dado por vencidas. Al encontrarse al borde del abismo, han dado lo mejor de sí y han desarrollado las habilidades necesarias para enfrentarse a los diferentes retos de la vida. Esa misma capacidad es la que pone en valor Carlitos Alcaraz, protagonista de un triunfo personal que es más grande que el éxito mediático y deportivo. Es portador del triunfo sobre uno mismo, esa batalla individual contra nuestros miedos y bloqueos que constituye la senda de la superación.

Ahora que la sonrisa de Alcaraz inunda todos los medios y en unos días se ha convertido en referente para muchos, quiero desearle lo mejor en esta explosión personal que no es fruto de la casualidad, sino de un trabajo serio y comprometido con su proyecto vital. Está en buenas manos, y su entrenador, Juan Carlos Ferrero, sabe bien de que va esto de la gloria deportiva, y sus riesgos. Sus padres han hecho un gran trabajo con este chaval, que irradia simpatía y responsabilidad, a la par que una madurez tenística y personal exquisita.

Todos los que le quieren sabrán ayudarle a digerir el éxito, para que éste no le consuma y sepa llevarlo con equilibrio y sensatez, lejos del egocentrismo y la vanidad. Eso te deseo, querido Carlitos, que aunque seas el número uno o el cien del ranking, te mantengas fiel a ti mismo, a la sinceridad que desprendes con tu mirada, y que sigas divirtiéndote en la pista, sin perder la decisiva bola del partido, la de la felicidad personal. Ya que nos haces felices con tu juego, permítete serlo siempre y no dejes de perseguir tus sueños.

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