Cargador universal
Lo más preocupante es que se está creando una sociedad adolescente basada en una comunicación entre pantallas, en detrimento de la habilidad social para interrelacionarse con los del entorno
Hay casas donde hay más cargadores que personas. Por fin la Unión Europea pone un poco de sentido en todo este despilfarro de cables que inundan los cajones de tantos hogares. La propuesta nos permitirá comprar nuevos dispositivos sin tener que adquirir un cargador adicional ... y evitar así acumular 11.000 toneladas al año de residuos electrónicos.
Siendo una buena noticia, no deja de ser significativo lo eficaz que se vuelve Europa para acordar ciertos asuntos. Para otros temas, se avanza lento y en algunos casos, el acuerdo se vuelve inexistente. Ojalá haya acuerdos en temas de gran calado como la crisis de los precios energéticos, la descarbonización de la economía, la limitación del poder de las plataformas de Internet, la recuperación económica amenazada por la inflación, la actual crisis de suministros, la tan reclamada independencia judicial, los avances en la negociación del Pacto europeo de Migración y Asilo y, por último, las acciones para seguir luchando contra la pandemia, facilitando dosis de vacunación en países sin recursos.
Pero volviendo a la carga con esto de los cargadores. Los móviles se han vuelto una prolongación de la mano y ya no sabemos vivir sin ellos. Nos hemos convertido en “Homo Móvil”, cada vez más encorvados y absortos en una mini pantalla que nos cautiva. Marc Masip, psicólogo y experto en adicciones, afirma en su último estudio que un 75% de la población mundial afirma tener dependencia al móvil. España es el país europeo con más adicción adolescente a la Red, el 21,3% de los adolescentes la padecen, mientras que la media europea se sitúa en un 12,7%.
Todo esto es preocupante cuando se torna en adicción, que como todas, tiene su propio síndrome de abstinencia, con cambios de humor y alteraciones nerviosas en ausencia del mismo. El móvil se ha convertido en una vía de evasión de la cruda realidad cotidiana, y cuando nos conectamos a la pantalla de nuestro teléfono perdemos el mundo de vista. Nos olvidamos de todo lo que nos circunda y se difumina la noción del tiempo. Mientras navegamos, ignoramos a las personas que tenemos delante y toda nuestra atención se concentra en el universo internauta en el que nos sumergimos. El tiempo avanza descontrolado, y uno empieza a bucear por las redes sociales a las diez de la noche y cuando se percata, ya son las doce.
Pero lo más preocupante es que se está creando una sociedad adolescente basada en una comunicación entre pantallas, en detrimento de la habilidad social para interrelacionarse con los del entorno. Un colega director me contaba que se entrevistó con una familia para proponer una medida sancionadora a un alumno que usaba continuamente el móvil en clase, pese a todos los avisos y llamadas de atención. Le propuso a la familia que en vez de una expulsión, privaran del móvil a su hijo y lo dejaran custodiado en el centro durante tres días. La familia optó por la expulsión, porque según ellos, iba a ser imposible soportar a su hijo sin móvil tres días. Llegados a este punto, con este panorama y sin ánimo de ser cargante, pidamos a los dioses de la vieja Europa que lluevan mares de cargadores sobre las ciudades, que rebosen las baterías de los móviles que nos inmovilizan, que siga el proceso de idiotización global bajo el tótem sagrado del cargador universal, nuevo objeto de culto de la incipiente religión digital...
Dejando a un lado la exageración irónica de la última parrafada, y siendo justo y equilibrado, la transformación digital es útil y necesaria. No estamos contra los móviles, ni contra las redes, ni contra las plataformas, que también unen, sirven y crean lazos, pero estemos alerta contra su mal uso, la dependencia y el daño en las relaciones que puede provocar su hegemonía descontrolada en nuestras vidas. Si de algo hay que cargarse es de razones para vivir y de mucha solidaridad. A ver cuando inventan un cargador universal que nos haga mejores personas y más empáticos.