Nico Montero

Bendita rutina

Septiembre ha llegado, y con él, el eterno retorno de lo mismo

Nico Montero

Suena el despertador cuando el sol aún no ha vencido a la noche. Tras semanas ajeno a esa rutina y liberado del déficit de sueño, el martilleo de la alarma del móvil se convierte en una jarra de agua fría que me saca violentamente del ... placentero letargo vacacional. Septiembre ha llegado, y con él, el eterno retorno de lo mismo. Salgo de la cama, aturdido, cansado, a la búsqueda de una dosis de cafeína que me haga recuperar el equilibrio. He vivido esto mismo otras veces. La noche antes de volver a la cotidianidad me cuesta conciliar el sueño, y cuando lo consigo, suena el despertador con la sensación de que hacía unos minutos acababa de cerrar los ojos, tras una larga batalla conmigo mismo para encontrar la paz.

Septiembre se abre paso como ese amigo realista y deslenguado que te dice las cosas a la cara. Te planta ante el escenario ordinario en el que se cuece la vida, independientemente de cómo haya sido tu verano y del estado emocional en el que estés. Te devuelve al ruido, las prisas, los afanes, los retos y sinsabores, con una aceleración vertiginosa. En esta encrucijada, o te dejas llevar por la corriente que te arrastra con la fuerza de la inercia, o ésta se convierte en tsunami que te voltea y te escupe sobre el barro de la mediocridad.

Tras mi primer café de septiembre, me pongo a masticar ideas que me asaltan. Quizá este pesimismo hacia lo ordinario es un cliché más, un estereotipo instalado en las urdimbres del cerebro, una artimaña de los que manejan el tiempo, un vicio cultural por el que hemos convertido lo cotidiano en suplicio y unos pocos días del año en el tiempo extraordinario de la felicidad. Puede que hayamos perdido la perspectiva, y eso provoque que la vuelta a lo cotidiano se haya convertido en un trance.

Quiero cambiar el relato pesimista de un desgraciado a primeros de septiembre. Me rebelo, y sin dejarme llevar por la pusilanimidad, he decidido plantarme en el mundo de otra manera. La felicidad no puede ser el resultado de una ecuación de acciones o de situaciones, o depender de cosas y decisiones que yo no controlo. Es cierto que no soy una isla, sino península, y vivo referenciado y en codependencia con los otros, pero hay un margen de libertad que gestionar. Quizá no controle todas las variables de mi vida, pero sí puedo decidir desde donde quiero vivirlas, desde que opción vital de sentido quiero traducir e interpretar mis días. Hoy me miro al espejo, y aun con el pésimo careto de haber dormido muy poco, me he dicho a mí mismo, con solemnidad y determinación: Hoy voy a ser feliz, y ya que estamos, intentar hacer felices a quienes me rodean, o al menos, no ser un peñazo para ellos.

No hablo de una felicidad cursi y efímera. Hablo de asumir un punto de vista desde una perspectiva realista, pero a la vez optimista, con un toque de ingenuidad, pero lejos de la estupidez, y por supuesto, sin más aditivo que la pasión de vivir. Voy a tomar esta opción vital como punto de partida y no de llegada. Quiero saborear la vida que se teje en cada día, y en todas las horas de los tiempos ordinarios y extraordinarios. Dotar de sentido nuestro itinerario vital es una tarea urgente y requiere la constante actualización de un antivirus. La falta de motivación conduce al abandono en brazos de la peor de las dinámicas: la inercia.

Volver a la rutina es un triunfo, una suerte y un privilegio, que no tienen quienes no conocen más interminable rutina que vivir para sobrevivir. Es un regalo que añoran quienes viven bajo una enfermedad severa. No poder volver es la mayor pérdida de quienes ya no están con nosotros porque les fue arrebatado el tiempo. Que vuelvan, el mayor anhelo de quienes sufren la pérdida. Volver a la rutina es darle la vuelta a la rutina y tomar conciencia de que ésta no existe, solo el tiempo que se escapa por segundos y nos recuerda que cada uno de ellos es extraordinario. Que el despertador suene mañana para todos y que todos disfrutemos de la bendita rutina.

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