Batiburrillo

Es mucha la gente que vive en la calle, a la que no prestamos atención, ante quienes damos un rodeo

Son tantos los flashes que tengo en la retina que no me inclino por ninguno en particular. Así que, sin que sirva de precedente ni haciendo de este proceder costumbre, hoy hago mezcolanza de asuntos de actualidad que me interpelan.

Lo de Rusia, Ucrania, la ... OTAN… Es absolutamente vergonzoso. Con la que está cayendo, con la cantidad de cansancio, muerte, dolor y fatiga de una humanidad golpeada por esta pesadilla y el castigo de otras pandemias, perennes e invisibles, a las que ya nos hemos mal acostumbrado, Putin, afectado por algún virus napoleónico o víctima de un agudo complejo personal no resuelto en la infancia, nos pone en vilo con su estúpido pulso para ver quien la tiene más grande… La tropa, evidentemente.

Si Gila cogiera el teléfono diría con sorna: Estos de las guerras ya no respetan ni las pandemias, ni los protocolos Covid ¿No se han enterado que no se puede concentrar a tantos militares en tan poco espacio, en esas trincheras sin distancia de seguridad? Además, con este frío se congelan los fusiles, y las guerras son muy incómodas y de muy mal gusto. Los de uno y otro bando deberían declararse en deserción, abandonar sus posiciones y buscar un punto de encuentro, hacer una buena hoguera y que corriera el vodka. La única guerra, al frío.

En otro orden de cosas, menuda polémica con Eurovisión. Me lo veía venir cuando supe que un jurado tendría tanto peso. Al final, lo de las votaciones, una gran pantomima, una farsa con margen de maniobra si no salía lo que el jurado y la cadena querían. Este concurso iba de canciones, ¿no? De la canción de la ganadora no recuerdo nada, aunque ciertamente ella es una excelente bailarina. Me mojo. Yo iba con Rigoberta. La canción me parecía soberbia, original y dibujada con la atmósfera festivalera necesaria. Un sugerente himno a la maternidad que supo conectar con un público que lo hizo suyo. La canción de Rigoberta ha venido para quedarse y auguro que será recordada y cantada por muchas generaciones, convirtiéndose en un himno que sonará en muchas ocasiones. De la otra canción, me temo que no quedará nada. Pero sea como sea, tampoco es para dramatizar más de la cuenta ni justificar los ataques que está sufriendo la «ganadora del jurado», que es una artistaza, currada en muchos musicales, que viene de abajo y quiere abrirse camino en el difícil mundo del espectáculo. Toda la suerte a ambas y a todos los que quieren llenar el mundo de canciones y no de guerras. Acabo ya. El otro día me conmovió una noticia que me hizo pensar: La muerte a los 84 años de René Robert, el fotógrafo suizo que retrató a las grandes estrellas del flamenco. El miércoles 19 de enero, pasadas las nueve de la noche, Robert daba su paseo nocturno habitual por su barrio parisiense, el de la plaza de la República, uno de los centros neurálgicos de París, casi siempre concurrida y bulliciosa. Ante el número 89 de la calle de Turbigocayó al suelo. Se desconoce el porqué. Y ahí quedó, paralizado y a la vista de los parisienses que volvían a sus casas a toda prisa de trabajar, los paseantes que iban o venían de los restaurantes o los cafés de la zona, los turistas. Pasaron las horas. Las calles se vaciaron. Robert seguía allí. A las seis de la madrugada del jueves 20 un indigente lo vio y llamó a los bomberos. Demasiado tarde. La causa de la muerte fue una «hipotermia severa». Murió de frío.

Me asaltan muchos interrogantes, y un pensamiento me golpea: Cuanto glamour en la concurrida calle parisina, y cuanta indolencia. París lleno, la ciudad de la luz, bares, restaurantes, y la humanidad, tan inhumana. Es mucha la gente que vive en la calle, a la que no prestamos atención, ante quienes damos un rodeo. Lo sucedido podría pasarnos a cualquiera de nosotros. Son muchas nuestras prisas. Como en la parábola del buen samaritano, solo uno se paró para asistir al herido de muerte. En esta ocasión, el buen samaritano fue un indigente, que llegó tarde, pero que al menos se detuvo y no pasó de largo. No pasemos de largo. La indiferencia, a veces, mata.

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