Dos años educando en una pandemia
Los chicos son los que más esfuerzo han tenido que hacer, porque en pleno crecimiento, cuando más vitalista se es, han tenido que canalizar toda su energía, primero en un confinamiento, después en las estrictas rutinas cotidianas de los centros
En estos días se ha cumplido el segundo aniversario del inaudito y extraordinario confinamiento que tuvimos que asumir para plantar cara a una amenaza, que aún soportamos con resignación y no hemos vencido, la cansina pandemia. Estos dos años de vicisitudes pueden ser analizados desde ... variadas perspectivas, a mí me tocó vivirlo como director de un Instituto, el ‘Telegrafía’, que de la noche a la mañana cerró sus puertas y se adentró en un terreno incierto y desconocido, en el que había que reinventarse para no perder la conexión con el alumnado y sus familias y ser un sostén de ramificación social en tiempos de aislamiento. Las instrucciones no llegaban, el vademécum del profesorado no contemplaba semejante coyuntura, y había que tomar decisiones, con creatividad, sentido común e imaginación.
En pocos días, los centros educativos articularon formas de atención telemática, no sin las carencias destapadas por la pandemia: la escasez de medios, la brecha digital que perjudicaba a las familias con menos recursos, y la discreta formación del profesorado en el uso de las nuevas tecnologías. A pesar de todas estas trabas, se fue ganado terreno a la desconexión, y aunque la falta de presencialidad nos llevó a un formato no deseado ni coherente con lo que persigue la escuela, en un porcentaje muy alto, se logró atender al alumnado durante esos meses con una impresionante dedicación y trabajo en red de profesorado, familias y alumnado. En septiembre de 2020, cuando la Pandemia causaba muchas muertes y numerosos organismos tenían solo atención telemática o telefónica, los centros educativos abrieron sus puertas a miles de alumnos con grandes dosis de valor y determinación. Los equipos directivos diseñaron planes y protocolos para plantar cara al virus creando espacios seguros e inspirando la confianza. En este contexto, el profesorado y el personal de administración y servicios, tuvo que tragarse el miedo y sobreponerse al lógico respeto que daba encerrarse en discretas y pequeñas aulas con 25 ó más alumnos durante jornadas de seis horas.
Los chicos son los que más esfuerzo han tenido que hacer, porque en pleno crecimiento, cuando más vitalista se es, han tenido que canalizar toda su energía, primero en un confinamiento, después en las estrictas rutinas cotidianas de los centros. Desde el minuto uno han sido disciplinados y han aceptado soportar la larga jornada con mascarillas, aguantando el frío de la ventilación, respetando los protocolos, distancias, asumiendo recreos sin juegos, sectorizados y separados. Los centros han sido el gran motor que ha generado mayor disciplina social. Los hábitos inculcados en la escuela han transcendido a ésta y han consolidado rutinas y valores que han sido asumidos por la mayoría de los alumnos en su vida diaria. Y a su vez, se han proyectado a las familias, a los barrios, a las ciudades, como una red de transmisión de valores que asienta su caudal en todos y en todo lo que hacemos.
El salto en transformación digital de los centros es una realidad que nos ha hecho avanzar una década con respecto a lo esperado sin la indeseable concurrencia de una pandemia. Sin embargo, abrazados al mundo tecnológico, y con la conciencia clara de que la transformación digital es un valor en alza que facilita y mejora los procesos educativos, la gran apuesta de la escuela siempre será la presencialidad, esa bendita suerte de pertenecer a un colectivo y permanecer juntos en una historia tejida con experiencias compartidas. La escuela tiene esa contundente vocación de socializar desde una perspectiva crítica y de crear ciudadanos libres, honrados, responsables, justos y solidarios. Es un proceso que se vertebra de un cúmulo de experiencias compartidas que no pueden desarrollarse tras una pantalla o de forma virtual, en la soledad de una habitación. La Escuela es una experiencia que necesita ser vivida a lo largo de años para lograr hacernos madurar. Es una vivencia tan humana y auténtica, que lo bueno de ella y también lo que no lo es tanto, nos ayuda por igual a forjar quienes queremos llegar a ser. Muchas cosas han venido para quedarse, ojalá la solidaridad y la empatía se conviertan en la carta de identidad de todos los que hemos vivido esta indeseada pandemia.
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