OPINIÓN
La Navidad y esas cosas que no hay que contar
Hacer de madero en la aduana propia de la opinión supone estar siempre alerta de que no se cuele ninguna idea que te busque problemas
Uno, que se dedica con un éxito exiguo a esto de poner en fila palabras una tras otra, siente a menudo el vértigo de discernir entre lo que hay que callar y lo que hay que contar. Hay siempre cierta inseguridad a la hora de ... levantar un Muro de Berlín (o pasarela de Loreto) que establezca qué mandamos a rotativa y qué es mejor enviar a la hoguera de las letras no impresas. Hacer de madero en la aduana propia de la opinión supone estar siempre alerta para que no se cuele como polizón un párrafo comprometedor, ventajista o de los que forman parte de esas cosas que no hay que contar.
No le engañaré, amigo lector, si le digo que en los últimos días y ante la encrucijada de lo que considero correcto y de lo que creo que me conviene, he escrito y he borrado decenas de tuits y post referentes al caso de Laura Luengo. No por el caso en sí, cuya crudeza hace callar a gritos, sino por las reacciones de simpatizantes de una y otra ala que no han hecho más que, tratando de barrer para casa, llenarlo todo de porquería. Desde los que querían acabar con el crimen a base de charlitas catecumenales a los que deseaban salvarnos el cuello a costa de cortarnos la cabeza, la trinchera propia preocupaba mucho más que la tumba ajena. Los muertos se quedan muy solos y pocos parecían dispuestos acompañar en el sentimiento.
Casi me dejo caer en la tentación (líbrame Señor) de darle a usted la brasa con lo que se cuece en las cocinas de San Telmo. Mejor guardo silencio, como hacen tantos que ven que está a punto de abrirse el cóctel de nuevas prebendas y no quieren que un comentario desafortunado sobre con quién compartir mesa les deje fuera de la pitanza. Mientras, los convidados de antes rebañan los platos antes de que se los lleven los camareros.
Los pedantes, a la hora de ilustrar una elección difícil, recurren a la imagen de la madre que debe salvar a un hijo para que otro muera. Prefiero yo pensar que la decisión sobre qué tema tratar es como decidir entre morcón y chicharrones en el Manteca o, yéndonos a lo concreto, entre resumir en este espacio el ‘Aquí no hay quien viva’ de la concesión de los chiringuitos o el ‘Master Chef’ de la próxima campaña electoral en la que todos juegan a no perder. También, estamos en vísperas de fiestas, podría hablar de la impostura de unos besos y abrazos a amigos y familiares que huelen a pedido de Amazon o el de una felicidad por imposición legal que escuece a los que, mientras todos ríen, callan cada Navidad por esas cosas que no hay que contar.