Los tres timbres
En las semanas que dura el concurso los que participamos de forma directa estamos fuera de sí
Cuando escucho y veo a Manoli Lemos hablando de carnaval en su programa matinal siento el mismo efecto que sentía aquel perro de Paulov cuando salivaba al ponerle la comida haciéndole sonar a la vez una campana. Al final con solo la campana también lo ... hacía. Pues igual me está pasando a mi con todos los concursos y programas de radio, televisión y de las redes sociales con motivo de rememorar, festejar, celebrar o perdurar nuestro cancelado concurso por la pandemia. Me dan unos pellizcos en el estómago que hacen que mi mente se transporte de inmediato a esos momentos de tensión y nerviosismo que produce participar en nuestro anhelado certamen. Una inquietud anormal provocada por la cercanía del día de tu actuación donde vas viendo como se acerca la fecha y en la cabeza te martillea el agravante de que aún te faltan dos tangos, tres cuples y el remate del popurrí por ensayar. Esa sensación de intranquilidad mental continua y ese nerviosismo de febrero es lo que me está ocasionando cada frase, audio o flash televisivo elaborados por dichos programas. El sonido de la orquesta de un coro interpretando el compás de palmas del tango, la introducción con pitos de un pasodoble chirigotero, el punteado prodigioso de un guitarra de comparsa o la voz de Miguel Angel Fuertes diciendo ¡Va Telón!, te transportan a esos días maravillosos donde por un mes nos sentimos artistas y protagonistas en nuestra ciudad, pero que a mí me van a matar de un sobresalto. Mi mente ha adquirido ese reflejo condicional del perro de Paulov, tanto es así que cualquier imagen o sonido que transmiten en sus programaciones me encienden una chispa en el interior que me produce ansiedad y hago oídos sordos a lo que estoy oyendo y viendo. Es como una provocación e incitación a consumir una droga superada con un tratamiento médico. En las semanas que dura el concurso los que participamos de forma directa estamos fuera de sí. Todo nos gusta mas que lo nuestro, piensas que no llegas a tiempo con el repertorio, los comentarios o crónicas de los periodistas, presentadores y locutores siempre son erróneos o se quedan cortos en la evaluación de tu actuación, en los miembros del jurado encontramos normalmente vinculaciones directas con nuestros adversarios, nunca nos dan el premio que merecemos... es un estado de ánimo de uñas por todo y hacia todos, irascibles. El concurso produce tanta tensión que hace que nuestro organismo haya asimilado al cabo de los años un estado nervioso intrínseco, ocasionado por participar tantas veces en una misma competición de alto nivel. A los grupos y autores nos exigen en cada edición un pelotazo y sobre todo que superemos a nuestra agrupación inmediatamente anterior. Los carnavaleros que durante estas semanas somos parte de ese espectáculo sentimos que la rivalidad te exija más calidad, la saturación de ensayos un sacrificio, que la pasión nos nubla el entendiendo y la singularidad de nuestro gaditanismo teatral nos hace “morir” por esta afición . Estos programas ocasionales son sin duda fantásticos y magistrales para los aficionados pero para los participantes, o al menos para mí, suponen recuerdos de esas emociones incontrolables, un reflejo condicional.
La frase “En la ciudad de Cádiz siendo ...” da pánico oírla y aún es peor lo que en estos días puso Pepe el caja en Onda Cádiz. Los tres timbres de aviso para empezar la actuación, casi me desmayo, se lo juro.
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