Día Mundial de la Salud
Confiéselo, usted también compró lotería de Navidad justificándose en eso que ahora los cursis llaman 'envidia preventiva'
Si hemos llegado hasta aquí, es decir, si está usted leyendo esto, está en clara desventaja conmigo. Yo sé que a usted no le ha sonreído la fortuna y, sin embargo, usted no sabe si en estos momentos ando en paradero desconocido, o echando cuentas ... para no tener que volver a levantarme nunca más antes que el día. Aunque, para qué engañarnos, las posibilidades de que me haya tocado el Gordo son tan remotas que mejor será que nos refugiemos en las oportunidades del calendario que hoy, más que nunca, nos permite el consuelo de acabar cada conversación con un “pero tenemos salud”. Y es que somos tan previsibles que el que no se consuela, es porque no quiere. Confiéselo, usted también compró lotería de Navidad justificándose en eso que ahora los cursis llaman “envidia preventiva” y que no es otra cosa que la mezquindad propia del ser humano, el no poder soportar que otros sean más felices, más afortunados, más ricos que usted. No es el miedo a quedarse sin un trozo de pastel, es querer el trozo más grande, “si a este le tocan cinco, que a mi me toquen diez”.
Y hoy, después de comprobar que ni su vecino, ni usted han sumado ningún cero a sus raquíticas arcas, suspira con un mal disimulado alivio, y repite como un mantra “pero tenemos salud”. Muy Pollyana, ya sabe, muy aquella huerfanita a la que la Navidad dejó por equivocación una muleta ortopédica en vez la ansiada muñeca que con tanta ilusión pidió a santa Claus. “Te doy las gracias, santa –dijo la niña- porque no necesito esta muleta”. Vomitivo, sí, pero tremendamente efectista y, al final, sádicamente cruel, -siento decírselo pero el cuento termina con un coche atropellando a Pollyana y dando protagonismo a la muleta. En fin. No crea que me ha poseído el espíritu de Ebenezer Scrooge, ni que he hecho alianza con el Grinch, porque en el fondo, una tiene la educación que tiene, y tiende a solidarizarse con el más débil. Así que comprobadas las listas de premios y repasada una y otra vez la pedrea, no nos queda otra que celebrar el Día Mundial de la Salud y asumir que, como la mayoría de los mortales, tendremos que seguir programando el despertador al menos otro año más.
Otra Navidad más, ni más blanca, ni más luminosa –eso desde luego-ni más feliz, simplemente otra Navidad. Una Navidad distinta, eso sí. Porque lejos de escondernos en la chispa de la vida, en los peces que beben en el río, y en ¡Qué bello es vivir!, los gaditanos hemos decidido hacer terapia de grupo y enfrentarnos a nuestros propios fantasmas, los del pasado, los del presente y los de un futuro incierto, como si de pronto la venda se nos hubiese caído de los ojos. Somos una ciudad envejecida, dependiente de los servicios asistenciales, una ciudad con más cigarras que hormigas. Y aunque ya lo sabíamos, lo verdaderamente duro ha sido oírlo de nuestros propios vecinos en el diagnóstico del Plan Estratégico de Servicios Sociales presentado recientemente por nuestro Ayuntamiento. Demoledor.
Por fin nos hemos decidido a decirlo, somos una ciudad despoblada, de la que salen huyendo los que pueden, en la que la estudiar no sirve para nada, en la que no hay trabajo, en la que quien tiene un subsidio, tiene un tesoro, una ciudad conformista, chanchullera; una ciudad a la que todos los poderes públicos le tienen manía, una ciudad vencida, una ciudad de perdedores. Una ciudad que se retrata cada fin de mes en los plenos municipales –con intervenciones a la altura del Plan Estratégico- , y cada mañana en las colas de los Servicios Sociales. Es lo que tenemos. El fantasma del futuro incierto no solo ha venido a visitarnos, sino que se parece que viene a quedarse. ¡Paparruchas!
Una Navidad incierta, en la que hasta el lema comercial tiene un par de lecturas “Cádiz se luce en Navidad” –no me provoque-, y a la que le hemos cerrado la puerta con llave, por reaccionaria, por antigua, por rancia, por buenista, por llamarse Navidad.
Pero permítame un consejo, no de esta batalla por perdida, vuelva a casa, como el turrón. No se preocupe porque el camino sea largo, evite los atajos y guíese solo por la brújula de sus recuerdos, por el calor que dejaron los que se fueron dejando un hueco demasiado profundo, por las risas de los que aún creen en la eternidad y la retan descaradamente, por el sabor de los abrazos de los amigos, por las miradas cómplices, por las sonrisas furtivas, por la pena mal disimulada ante una mesa demasiado grande. Y déjese llevar.
No nos ha tocado la lotería, de acuerdo, pero siguen saliendo los números ¿lo oye? En el bombo siguen estando sus sueños, y los míos. Esto no se acaba aquí.
Olvídese del año que nos espera, olvídese de los ecos que no dejan oír las voces, olvídese de las sombras que deforman la luz. Y alégrese, después de todo; porque al menos, tenemos salud.
¡Feliz Navidad!