OPINIÓN
Moho
Jair Bolsonaro viene a sumarse a la ya concurrida lista de líderes mundiales empeñados en aumentar los niveles de irritabilidad de una sociedad global cada día más convulsa
El nuevo presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro, viene a sumarse a la ya concurrida lista de líderes mundiales empeñados en aumentar los niveles de irritabilidad de una sociedad global cada día más convulsa. Junto con los Trump, Putin, Jong-un, Alí Jamenei, Maduro, Netanyahu ... o al-Ásad, por citar solo algunas de las principales figuras del elenco, deberemos asistir ahora a la entrada de este otro elefante tropical en la frágil cacharrería del equilibrio político-económico internacional.
Si a estos ya consolidados sumamos los numerosos candidatos que, con un discurso igual de simple y extremista, esperan su ocasión para hacerse con el poder en sus respectivos países, sobre todo en esta Europa a la que su vieja salud democrática no parece garantizarle inmunidad frente al contagio de tan invasiva epidemia, la situación es como para echarse a temblar. Lo que más inquieta no es la rabia del dictador (porque el tirano suele acabar bebiendo de su propio veneno) sino que la gente con derecho a su propia libertad esté dispuesta a dejarse guiar por estas trompetas del odio que amenazan con derribar los muros de esta Jericó que tenemos por convivencia humana civilizada.
En el mundo microscópico encontramos un tipo de comportamiento animal que nos puede servir, cuando menos, de metáfora para explicarnos este extraño consentir con venderle nuestra preciada libertad al diablo de la ira. Existe un organismo unicelular conocido como moho del limo (Dictyostelium discoideum) que, en tanto en cuanto abunda el alimento, vive en completa libertad reproduciéndose alegremente por división celular. Una vez que la humedad comienza a disminuir y, consecuentemente, a escasear las bacterias que lo nutren, Dictyostelium se enrola en gruesos conglomerados de congéneres que, en forma de ameba social, desarrolla una estructura de tipo vegetal compuestas de un tallo tejido de organismos muertos, y una espora donde los supervivientes esperan el retorno de las condiciones idóneas para recuperar la vida libre en movimiento.
Quizás nosotros, sobre todos los más habituados a nadar en la abundancia, estemos intuyendo ya de algún modo el agotamiento, en un futuro no muy lejano, de los recursos para una población mundial en irrefrenable aumento (pese a las guerras, epidemias y hambrunas que asolan a la mayor parte del planeta). Estos líderes, con sus discursos incendiarios, no estarían entonces sino jugando el papel aglutinador que transductores, receptores de señales y factores de transcripción desempeñan en aquellos organismos, para persuadirnos de que pongamos en sus manos nuestra libertad a cambio de la posibilidad de salvación, si no de nosotros mismos, de nuestros descendientes más directos. De ahí el tono apocalíptico de los mensajes que estos gurúes, evitando los filtros críticos de la prensa tradicional, escupen por las redes sociales, cuando tratan de vender la salvación para quienes se unan a ellos y condenan al exterminio a todos aquellos otros que no atiendan a sus feroces convocatorias.
Esta división maniquea de la humanidad entre buenos y malos, entre elegidos y malditos, está cimentada no obstante sobre la base de un inmenso interés egoísta. Porque el incremento del número de seguidores se sustancia en un aumento de las fortunas familiares de los líderes en cuestión y también de los que se aglutinan en su círculo más íntimo, buscando todos mayores posibilidades de vida para su estirpe.
Así que parece que tendremos que elegir entre perecer, disfrutando hasta el último instante de nuestra libérrima libertad, o integrarnos en sus legiones de esclavos, con la esperanza, al menos, de no acabar como tejido muerto de un tallo.
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