Yolanda Vallejo - HOJA ROJA

Mirando al techo

Empieza la semana fantástica de las mujeres, y digo fantástica en el sentido más literal del término...

YOLANDA VALLEJO

Empieza la semana fantástica de las mujeres, y digo fantástica en el sentido más literal del término, es decir, algo «quimérico, fingido, que no tiene autenticidad y consiste solo en la imaginación» –no es mío, es del DRAE– porque no se me ocurre otra manera mejor de calificar esta celebración que solo sirve para poner en evidencia la gran brecha que se abre entre la realidad y el deseo. Durante esta semana volveremos a llenar la despensa de datos alarmantes sobre la situación laboral y social de las mujeres, volveremos a llenar los cajones de términos como ‘empoderamiento’, ‘visibilidad’, o ‘equidad’ o ‘sinergias’, volveremos a escuchar a los políticos hablando en femenino, volveremos a leer manifiestos llenos de buenas intenciones y después volveremos a la rutina diaria. Esa rutina en la que llevamos siglos viviendo y a la que, en el fondo, estamos más que acostumbradas. Dicen que la mujeres tenemos un techo de cristal –de cemento armado, más bien– y que miramos el mundo a través de él, como si fuese un escaparate. Siempre he pensado que, si existe ese techo, seguro que no es de cristal, a veces tiene forma de niño y tiene fiebre; otras se presenta en forma de nevera vacía, o de lavadora rota, o de números rojos escritos entre las letras del banco, o de padres ancianos que ya no recuerdan que un día todo dependía de ellos. Ese es nuestro verdadero techo, bajo el que hemos heredado todo el peso de una sociedad que avanza en masculino.

No, no se asuste, no le voy a largar un discurso feminista, en primer lugar porque me gusta tener los pies en el suelo y en segundo, porque hace mucho que descubrí que el poder sanador de las palabras solo existe en los cuentos. No por mucho repetir que hombres y mujeres somos iguales, ni por trazar la línea de la paridad en un papel va a hacer efecto el conjuro, se lo puedo asegurar. Se necesita mucho más que unos pocos de ingredientes mágicos, se necesita mucho más que una exposición de ‘Ilustras Anónimas’. Se necesita cambiar el modelo educativo desde las bases. Cambiar ese «los niños no lloran» y «las niñas no pegan» por otro paisaje totalmente distinto. No basta con que los niños jueguen a las muñecas y las niñas a la pelota, en un alarde totalmente maquiavélico de lo que es la igualdad. Porque si bien es cierto –bueno, no estoy muy segura de que sea tan cierto– que se ha avanzado mucho en ese camino, y que se nos va la vida en duplicaciones lingüísticas y observatorios varios, también es cierto que aún nos cuesta mucho desprendernos de los tópicos, y educar a niños y niñas utilizando las mismas coordenadas y las mismas expectativas sin caer en los mismos socavones una y otra vez. Y le pondré un ejemplo muy cercano. El curso pasado a un joven que conozco mucho –que es de letras, porque a los suyos parece– le insistían desde varios frentes, supuestamente coeducados, en que debía estudiar ciencias porque su buen expediente académico le iba a facilitar el acceso a una carrera profesional de éxito; en este curso, a su hermana, a la que también conozco –y tiene mejores notas, todo hay que decirlo– le aplauden desde las mismas instancias, su decisión de estudiar letras. Así, tal y como lo lee. Esa es la realidad, aunque queramos decir que es otra.

Porque la realidad siempre, siempre supera a la ficción. Y es terrible que en la época de la fantástica igualdad tengamos en nuestra provincia a cuarenta y dos crías –entre 14 y 17 años son aún crías– engrosando la lista oficial de mujeres maltratadas, víctimas de la violencia machista, inmoladas por un sistema en el que siguen estando un escalón por debajo. Algo estamos haciendo muy mal. Es un auténtico fracaso social. Tal vez enredados en los las lis lus les perdimos la capacidad de expresarnos con claridad; ya sabe, los árboles, que no dejan ver el bosque, y nos olvidamos de lo esencial. Somos personas, iguales ante la ley, ante la sociedad, y lo más importante, ante nosotras mismas, que en muchísimas ocasiones somos las que ponemos el límite en ese techo de cristal que no nos atrevemos a romper.

El programa que la Fundación Municipal de la Mujer del Ayuntamiento ha organizado con motivo del Día Internacional de la Mujer Trabajadora es más de lo mismo. Un coloquio bajo el título ‘Nosotras en el Carnaval de Cádiz’ –con la participación de chirigotas femeninas–, una exposición con el lingüísticamente incorrecto nombre de ‘Ilustras Anónimas’, una performance llamada ‘A*copla*das’ o unos diálogos para empoderar no son suficientes.

Porque nosotras, las que mantenemos reluciente el cristal que nos atrapa, de tanto sacarle brillo con la bayeta heredada de nuestras madres, sabemos lo que es la desigualdad, y el quedarse siempre atrás, y el cobrar menos por el mismo trabajo, y el renunciar a nuestras aspiraciones y el llevar el peso de la familia, y el ceder, y el conformarnos día a día, y el sufrir comentarios peyorativos. Pero nuestras hijas aún no lo saben.

La mejor manera de celebrar el Día Internacional de la Mujer Trabajadora es no permitir que lo sepan, e impedir por todos los medios que se queden, como nosotras, mirando al techo.

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