Yolanda Vallejo - Hoja roja

Mirando al mar

Yolanda Vallejo @yolandavalmar

A Cádiz, a lo largo de su larguísima historia, solo le ha ido bien cuando ha mirado hacia el mar, dijo nuestro alcalde -¡qué bonito, ío!- en la inauguración de la que ha pretendido ser la regata «más abierta y social» de los últimos años, a pesar de la empalagosa cursilería del acto de apertura; dicho esto sin ánimo de ofender, porque sabe usted de sobra lo que me gusta la prosa florida y hueca que habitualmente utiliza el señor alcalde. Para la ocasión, además de los 'Sueños del marinero' de Alberti, –cuánto se agradece que no se echara mano del Cádiz que vuelva a ser Cádiz- y las fórmulas salmódicas a ritmo de letanía de siempre,«ancla en este rincón del sur», «puerta de embarque de civilizaciones», «paraje de cercanía», «puente de solidaridad» se dijeron cosas nuevas como lo de las «costuras en la piel» –que no me convenció mucho, porque a menos que fuésemos Frankestein, se presta a lecturas un tanto extrañas- y se volvió a incidir en que «somos navegantes de un mundo cuya belleza está aún por explotar» algo que, como usted y yo sabemos, no quiere decir absolutamente nada pero que viste y reviste muchísimo un discurso. Porque eso es lo que ha sido esta regata, un vestido, un adorno, un disfraz de lo que realmente somos, y tanto nos cuesta reconocer.

La imagen de un muelle abierto –abierto, insisto- reconciliado con una ciudad que vive de espaldas al mar, lleno de vida, lleno de gente, es algo que sigue impresionando a pesar de que esta ha sido la quinta regata de grandes veleros –aún no nos hemos atrevido a bautizarla como «tradicional regata» y eso que por aquí lo de tradicional nos sirve para todo- y tiempo ya hemos tenido para fijar en la memoria sentimental el espectáculo maravilloso que supone trasladar nuestros sentidos a un tiempo en el que fuimos, dicen, el centro del mundo. Pero sigue impresionando, mire usted. Tal vez porque ni nosotros mismos nos lo creemos. Y por eso nos empeñamos siempre en rellenar la tarta, en adobar los guisos, en amueblar el cielo, en adoquinar la playa, en complicar las cosas.

Uno lee el programa de la Gran Regata, que es el deseo, y luego la realidad se encarga del resto

Y ahora, que todavía los barcos andan atracados en nuestros muelles; ahora, que aún tiene tiempo de hacer cola y de imaginar lo que fuimos hace trescientos años; ahora, que anda buscando el mejor sitio para ver las velas desplegadas despidiéndose de la ciudad, le diré una cosa, y no me la tenga en cuenta. Esta regata ha sido la del quiero y no puedo , o si prefieren que eche mano de Cernuda –que yo también me sé poner poética-, esta ha sido la regata de la realidad y el deseo.

Entiendo que debe ser complicado dotar de contenido cuatro días con sus cuatro noches, y que la cosa no reviente por algún lado. El muelle es grandísimo, una cuarta parte del casco antiguo de la ciudad, y las distancias son, aunque no lo parezcan, enormes. Distancias físicas, y distancias mentales, porque ni usted, ni yo, ni mi vecina Carmeluchi íbamos buscando las excelencias del CEI.mar, ni nos motivaban mucho los logros de los 'Impulsores de la Bahía', aunque es lógico que el relleno –recuerde lo que le decía antes- se haga con los ingredientes que más a mano se tienen. Aun así, cinco carpas para la UCA eran algo más que un regalo envenenado, y el aspecto de las carpas era francamente mejorable, aspecto que hizo, por ejemplo, que la Escuela de Música de San Felipe Neri decidiera suspender las actividades previstas ante la imposibilidad de «asumir su uso de forma adecuada». La realidad, el deseo, ya sabe.

La «histórica performance» de los trescientos años del traslado de la Casa de la Contratación era, ¿cómo decirle?, era lo que era. Igual que el pasacalles de piratas o la batucada extremeña. Uno lee el programa –que es el deseo- y luego la realidad se encarga del resto. Sin entrar en mucho detalle, se me vienen a la mente esa feria de pueblo –no es incorrección, es geolocalización- con esas músicas estridentes, esas terrazas de bares convertidas en merenderos públicos –lo de comer en la calle lo llevamos hasta su última consecuencia léxica-, esas minitómbolas de posguerra, la presentación de la equipación del Cádiz, esas carpas que parecían hospitales de campaña… no sé, pero convendrá conmigo en que se debían haber cuidado un poco más, o un poco menos. Porque a veces, -muy pocas veces, no se crea- lo menos es más.

Y aquí lo más, era el mar. El único protagonista . Llevaba razón nuestro alcalde. A Cádiz en sus tres mil –o los que sean- años de historia, le ha ido bien cuando se ha puesto a mirar al mar. Que traducido resulta, que por eso nos ha ido siempre tan mal, aplicando la lógica de un silogismo facilón. Porque le hemos dado la espalda, porque nos hemos acostumbrado mucho a su presencia, porque no hemos sabido entender siquiera a Jorge Sepúlveda «la dicha que perdí yo sé que ha de tornar, y sé que ha de volver a mí cuando yo esté mirando al mar». No hace falta más. El mar, la mar, ¡Sólo la mar!, que dijo Alberti

En fin, que este alcalde me tiene hecha una poeta.

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