OPINIÓN
Milagros que escapan a la Semana Santa
La lluvia que suspende procesiones, el fuego que devora templos y la muerte que nos roba a Alcántara, las tres manchas de esta Semana Grande
Esta semana que se despide con el Resucitado no ha sido dada a grandes alegrías. En distintas páginas de este periódico, o en los diferentes enlaces si usted pasea sus dedos entre pantallas y ratones en lugar de acariciar las hojas, nos han abofeteado a ... verbo abierto noticias de esas que no gusta, que se odia publicar. En lo local, la suspensión de la salida de los cortejos de varias hermandades ha provocado las acostumbradas escenas de llanto en los cofrades gaditanos. Cierto es que ante la contundencia de las lágrimas sobran las palabras y como de esas no andamos sobrados los periodistas, que por abusar de ellas las hemos terminando convirtiendo en manchas sin sentido, me las guardaré. La Semana Santa, estoy de acuerdo con sus acérrimos defensores, es una manifestación religiosa, cultural y folclórica. Pero como en todas las manifestaciones, muchas veces es más importante la voz que la palabra.
Precisamente, de voces y palabras nos hemos quedado huérfanos los mismos periodistas que, ya se lo confesaba antes, abusamos de la metáfora manida, de la ironía tipografiada y de las cuentas que siempre nos salen a favor. Esta semana se ha quedado muda la que creíamos eternamente locuaz máquina de escribir de Manuel Alcántara, el malagueño que se fue pagando a letras el cariño, el respeto y la profunda admiración de quienes se daban de bruces, como quien aparca distraído, con su postrera columna. Les confesaré que cuando empecé a leerle, hace tantos años que las canas eran sólo cinco grafías más indoloras que incoloras, sentí, sobre todo, una profundísima envidia por él. Por su verbo tan joven como reposado, por su habilidad de mago con un alfabeto que desordenaba para hacernos más comprensible una actualidad que nunca le fue ajena. Y de la que en los últimos años, con una sutileza que manejaba sin quebrar, se fue despidiendo con la caligrafía de quien no tiene prisa.
Entre las noticias que nos han dolido sílaba a sílaba ha estado la del incendio de la catedral de Nuestra Señora de París. La palabra escrita sobre piedra y madera ha sufrido un borrón que hizo temer una cuenta nueva. La mano del hombre fue quien escribió este evangelio arquitectónico, su descuido el que lo manchó; ahora será su dinero el que obre el prodigio de la reedición. Del becerro de oro sabemos qué parte es la que obra los milagros. Aunque entre éstos nunca esté que el tiempo cambie o que los maestros vuelvan a la vida.
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